domingo, 30 de octubre de 2011

We found love


It's like you're screaming but no one can hear. You almost feel ashamed that someone could be that important, that without them you feel like nothing. No one will ever understand how much it hurts. You feel hopeless, like nothing can save you. And when it's over and it's gone, you almost wish that you could have all that bad stuff back so you could have the good...

jueves, 27 de octubre de 2011

You look super cute when you smile


Aprendí que la felicidad se encuentra en pequeños momentos que se esfuman rápidamente, y que solamente es cuestión de aprovecharles. A la felicidad, al igual que al amor, hay que cuidarla día a día, o esa bella flor que apareció de la nada se marchitará por completo y será prácticamente imposible hacerla florecer de nuevo. Es un precio pequeño por la felicidad, ¿no? Aprovecharla, vivir al máximo siempre que te sea posible y hacer caso a tu corazón. Las tres reglas de oro que todos deberíamos seguir. ¿Un mal día? Vendrán días mejores. ¿Un buen día? Aprovéchale, porque es posible que mañana no lo sea tanto. Ese es el secreto de la felicidad, ni más ni menos. ¿Queréis la última pista? Está bien, os la daré. La felicidad, al igual que una buena cerveza, sabe mucho mejor compartida.

lunes, 24 de octubre de 2011

Siempre habrá un atisbo de luz


Este texto no es mío. Pertenece a una de las personas más importantes de mi vida, precisamente la que me trajo a ella... Mi madre es estupenda. El contexto en el que me lo escribió no hace falta que sea explicado, creo que está bastante claro. Espero que os conmueva tanto como lo hizo conmigo en su momento...

Me gustaría decirte que siento tu dolor como si fuera mío, pero nadie es capaz de sentir el dolor de otro. Podría decirte que el tiempo todo lo cura, y comprobarás que es verdad, pero tiene que pasar el tiempo, y cuando sufres va tan despacio… Te preguntaras muchas veces, ¿por qué? ¿Qué hice mal? Estoy segura de que nada, solo no era el momento ni la persona adecuada.
Tu vida te pertenece. Será lo que tú quieras, pero nunca un camino de rosas. Habrá muchas espinas en esas rosas, que pincharan tus dedos y tendrás que sacarte con cuidado, pero dolerán. Alguna de esas espinas hará una herida en tu dedo y costará más sacarla. Dolerá más pero saldrá, aunque en ese dedo tendrás más tiempo su recuerdo.
Solo puedo abrazarte y decirte que siempre estaré contigo, en todo. Porque tú eres mi princesa, mi corazón.

Mamá.

viernes, 21 de octubre de 2011

Lo que nunca se cuenta

-->
-->
Nota de la autora: El siguiente relato está inspirado en un tema muy actual y relevante de nuestra sociedad actual. El conocido 'bullying' es una terrible forma de maltratar física y psicológicamente a los niños y adolescentes, y normalmente se lleva a cabo por sus propios compañeros. Con este relato he pretendido ver que hay más allá de ese maltrato diario. En pocas palabras, he aquí un texto en el que se cuenta aquello que nunca llevamos a saber: Las consecuencias de este maltrato, en ocasiones terribles. Solo espero que os guste y que, sobretodo, os ayude a reflexionar tanto como en su momento me ayudó a mí. 


El metro. Ocho y cuarto de la mañana, en plena hora punta. Linea azul, la más utilizada al ser la que atraviesa la ciudad de punta a punta. Y ella, tan insignificante como se cree, entre más de 150 personas que caminan a la deriva sin conocer a veces sus propios destinos. Mientras espera a que el tren llegue, se mira en el pequeño espejo redondo que cuelga a un lado de un gran poste que dice “no adelantarse a la línea amarilla”. Piensa que sería una buena idea hacerlo. Una muerte rápida, poco dolorosa supone. Sería una fácil solución a sus problemas, aunque quizá tampoco lo sean tanto. En aquel espejo se ve como siempre. Pequeña, vulnerable, indefensa... y gorda. Lo mire por dónde lo mire, la imagen no se puede negar. Piensa mil y una maneras de distraer a la gente para poder tirarse a la vía sin impedimentos, pero decide que quiere una muerte que no levante tanto barullo. Antes de que la de tiempo a llevar a cabo alguno de sus planes descabellados, el tren llega igual de tarde que siempre, tres minutos concretamente.
Se levanta pesadamente y camina cabizbaja hacia la ya llena cabina. Por un momento cree que no la dará tiempo a pasar y que su cabeza quedará atrapada en la puerta. Sonríe de forma macabra ante la idea. Un niño la observa con curiosidad, y en el fondo algo de miedo por su terrible aspecto. Su madre le llama le atención disimuladamente, pero el niño no parece escucharla. No obstante, ella si se ha dado cuenta. Cree que su cara es lo suficientemente horrible como para asustar a un niño pequeño. Siente náuseas, por otra parte totalmente psicológicas, que consigue controlar.
Muchos pasajeros la observan con curiosidad. Unos se preguntan la razón de que a la juventud de hoy en día le guste estar tan delgado, aunque todos se corrigen utilizando el adjetivo escuálido. Otros simplemente sienten lástima por la pobre chica, y se les ocurre pensar que su novio la ha dejado, o alguna tontería sin importancia de adolescentes. Nadie sabe hasta que punto esto es imposible.
Ella nunca ha tenido novio, ni tampoco amigos, ni amigas. Desde bien pequeña ha estado sola, acompañada de su propia soledad. Ella no es fea, ni muchísimo menos. Es alta y morena. Tiene unos ojos castaños claros color miel y su sonrisa deslumbra a todos, sin excepción. Pero ella ya no tiene sonrisa. Se la han arrebatado. La han humillado y degradado hasta el extremo. La han tirado y pisoteado como si de una colilla se tratase. Pero ella nunca se defendió. Cree que es débil, y en realidad lo es. Y la culpa quizá sea suya, pero a la vez tampoco lo es.
Todo es complicado, su vida entera es complicada, pero todo ha terminado.

La voz mecánica anuncia la nueva parada, parada en la que ella dispone a bajarse. Antes de atravesar la puerta se tropieza en numerosas ocasiones, y decide salir corriendo antes de ver como la gente se ríe de ella. Una vez más. Una de tantas otras. Una rutina terrible. Expulsa esos pensamientos de su mente y decide fijar en su lugar su destino. La montaña. Se metió esta mañana en la mochila aquellas botas viejas que tanto detesta. Realmente las odia. Son aquellas que llevó en la excursión en la que la empezó a gustar Marcos, y también fue aquella en la que Marcos la pegó y la llamó gorda. Esa fue la primera, la primera vez de tantas otras. Por un momento cree sentir una lágrima escapándose de su ojo izquierdo. La detiene al instante. La para antes de que cientos de ellas la sigan en su camino hacia su barbilla, su camiseta, e incluso puede que el suelo. Se siente desgraciada, solitaria, y se pregunta a sí misma que porqué ha sido ella la elegida para haber vivido esta vida lleva de dolor. No lo comprende. No sabe en qué punto se equivocó, ni siquiera sabe si alguna vez se equivocó. Siempre ha sido -y es- una persona muy correcta, estudiosa, educada... Quizá sea ese el problema.
Se detiene de pronto, bruscamente. Agita su cabeza exageradamente, como si deseara que de esa forma sus pensamientos volaran de su cabeza, y la dejaran tranquila. Antes de darse cuenta, ya ha llegado a los primeros arbustos de la parte más baja de la pequeña montaña. Esto la reconforta, aunque una parte en lo más hondo de su cuerpo siente un pequeño escalofrío. Mientras continúa subiendo, piensa en lo que ha pasado para llegar a tomar esta decisión.
Evidentemente, no la tomó a la ligera. Pero llegó un momento en el que creyó que su pobre corazón no aguantaría más. La duele. Cada segundo en el que se burlan de ella, la insultan, pegan, humillan e incluso fuerzan duele como si de una muerte misma se tratase. Con cada golpe del destino siente que sus pulmones se quedan sin aire. Siente náuseas, siente mareos momentáneos, pero sobre todo, siente soledad.
Ha acudido a numerosos psicólogos- tantos que apenas puede recordar sus nombres- a lo largo de su vida. Todos la diagnosticaban lo mismo, depresión. Siempre que recuerda esa palabra se echa a reír. Depresión... ¿De qué sirve ponerle un nombre si no pasa? ¿Si realmente tiene esa supuesta “depresión” desde que la alcanza la memoria?
De pronto, siente una brisa gélida que la saca de sus pensamientos. Se da cuenta de que por fin ha llegado. El acantilado. Recuerda aquella noticia hace meses que hablaba de un hombre que había muerto al tirarse por este, y haberse partido el cuello al aterrizar con las afiladas piedras que se encuentran a unos 100 metros más abajo. Deja la mochila en una piedra que se encuentra en un pico saliente desde el que decide asomarse. Siente la brisa acariciar sus cabellos cuando asoma su cabeza al gran abismo. Su corazón se dispara, pero a ella no la da miedo. Por fin todo ha terminado. Quizá ahora sea feliz. Quizá ahora lo sea de verdad y pueda sonreír por primera vez en 4 años.
Da dos pasos hacia atrás con dirección a su mochila. Saca de ella la carta que le ha escrito a su madre, y que realmente espera que alguien la entregue, posiblemente la policía. La lee comprobando que expresa en ella todas sus razones para llegar a tomar esta decisión, que evidentemente no tiene vuelta atrás. La recuerda a ella, hace no más de una semana, acunándola entre sus brazos y consolándola. Recordándola las cosas tan bellas que tiene la vida, y diciéndola que esto tan solo es una mala racha. Pero está harta de promesas que no se cumplen. De cumplidos que en realidad son solo para reconfortarla. De cuentos de princesas que tan solo son de eso, de princesas. Y sobre todo, de que todo esto lo haya tenido que pasar ella, y más aún, sola. Porque es así como se siente. Sola, triste, desnuda, desprotegida...
Deposita la carta encima de la mochila y pone una pequeña piedra encima impidiendo que esta pueda echar a volar a causa del viento. Mira hacia el cielo y estira los brazos hacia él. A pesar del viento que hace, el sol es muy agradable para ella, teniendo en cuenta que hace semanas que no salía de casa. Siente una repentina necesidad de descalzarse, y no repara en hacerlo. Sin sus viejas botas se siente más libre, más diferente, más como aquella persona que siempre quiso ser y que ya nunca será.
Da un paso hacia delante. Algo dentro de su cabeza la dice que se detenga, pero ella lo ignora. Da otro paso, su pulso se acelera. Sus ojos se cierran de pronto, y sus piernas flaquean instintivamente. Intenta ignorarlo también, aunque esta vez la cuesta más esfuerzo. Abre los ojos muy despacio y contempla su posición actual. Sabe que está a un paso de que todo termine. Su vida, sus esperanzas, sus sueños. Siempre quiso ser periodista, aprender muchos idiomas, viajar a lugares como China, Brasil e incluso Australia. Pero no quiere. No se siente con fuerzas de hacerlo. Ella no debió nacer. No quería. No quiere. Y ahora va a cumplir sus deseos.
Respira profundamente. Las lágrimas comienzan a escaparse de sus ojos. Ésta vez no quiere detenerlas. Sabe que serán las últimas. Cierra los ojos suavemente, para permitir que dentro de ellos se vean los destellos anaranjados del sol. Despega sus labios despacio, muy despacio, y pronuncia de forma pausada:
“Lo siento mamá. Esto no era una mala racha. Tienes razón. En la vida hay cosas realmente maravillosas. Pero mis 15 interminables años de vida me han demostrado que ninguna de ellas me corresponde...”
De pronto el rostro de su madre triste le viene a la mente. No puede soportarlo. Quizá se esté volviendo loca, pero no la importa. Cierra de nuevo los ojos, para contemplarla con mayor claridad, y susurra:
“No te sientas mal por mí, no merezco la pena. De verdad que la culpa no es tuya, es mía”.
Con la misma rapidez que la vio la ha dejado de ver. Vuelve a derramar sus lágrimas sin llanto. Respira de nuevo. Pone su mano derecha en su estómago y la izquierda en sus labios. De pronto, susurra de forma prácticamente inaudible:
“Te quiero. Solo espero que tú si seas feliz”.
Derrama su última lágrima sobre su mano y la coloca sobre sus ojos. Da un paso. El paso definitivo. Vuela de pronto. Se siente libre, feliz. Sabe que será su último recuerdo, si es que en realidad podrá recordar algo. Este es el final. El final de su tristeza.Y allí, mientras su cuello está a tan solo unos segundos de partirse, derrama su última lágrima, antes de abandonar su cruel vida.

martes, 18 de octubre de 2011

Until you kissed my lips and you saved me


Estaba perdida. Perdida como un satélite sin un planeta sobre el que girar, como un poeta sin sentimientos, como un amante sin nadie a quien amar… Y apareció. Apareció esa razón de existir, ese algo que nos hace renacer de nuestras propias cenizas cual fénix. Y así fue, renací, una vida nueva comenzó. Todo era perfecto, no demasiado, nada es nunca demasiado perfecto. Mis piernas y mis brazos aun eran débiles, principiantes, pero a él jamás le importó. Siempre estaba ahí para sostenerme cuando me tambaleaba, para recogerme de cada caída, para besarme la frente hasta que me quedara dormida… Pero nunca lo hacía, prefería asegurarme de que jamás se separara de mí, me resultaba tan sumamente efímero… Y así fue todo. Efímero. De la misma forma que vino se fue, te fuiste y te lo llevaste todo contigo. Te llevaste mi alegría y me devolviste al mismo lugar donde me encontraste, tirada junto a esos recuerdos que nadie jamás recuerda. Y volviste, volviste a buscarme. Y no una, varias veces, tantas que ya no lo recuerdo. Abrías y cerrabas mis cicatrices a tu antojo, me hacías daño… Lo nuestro siempre fue un amor suicida, viviendo en el pequeño abismo entre amor y odio, entre felicidad y tristeza, entre las bromas y las cosas serias, entre la vida y la muerte. Y ya está, se acabó. ¿Lo nuestro? No, jamás acabará. Nadie sabrá lo que nos pasó, lo que te pasó, siempre cargaré con esa culpa en la cabeza de no saberte hacer feliz. Nadie sabrá qué te empujó a abandonarlo todo, solo tú y yo lo sabremos. Guardaremos siempre juntos ese secreto. Juntos, como siempre estuvimos. Juntos hasta la muerte, juntos malviviendo aquel trágico amor suicida.

domingo, 16 de octubre de 2011

El corazón siempre gana.


 -Sabía que te encontraría aquí...


 Los últimos acontecimientos habían descolocado mi mundo. Lo habían puesto de pronto, y sin previo aviso patas arriba. No encontraba una razón por la cual seguir luchando, o al menos una que se asemejara a la que anteriormente utilizaba. Mi vida era sencilla. Una simple adolescente, como tantas otras, parecida y a la vez diferente. Con mis defectos y virtudes, aunque siempre fui propensa a potenciar más los primeros que los segundos.
Solo buscaba lo que se supone buscamos todas a esta edad. Un novio. Alguien que te quiera y al que puedas querer. Siempre pensé que esto era un modelo hecho, y que lo de “estar con alguien” no tenía demasiada importancia. No tarde demasiado en sumarme a este “fenómeno”. Al conocerle a él entendí muchas cosas que antes había leído o escuchado, pero nunca experimentado. Comprendí lo que es el amor a primera vista, aquel día en el que le vi, a distancia. Apenas sabía su nombre, pero sentí lo suficiente para saber que me había enamorado. Y, ahora que ha pasado el tiempo, sé que cometí un grave error. Me enamoré demasiado. Esta es la expresión que mi cabeza utiliza comúnmente, pero lo cierto es que es del todo incorrecta. No es que el enamoramiento fuese excesivo, si no que fue conducido hacia la persona equivocada.
Pronto descubrí que mis deseos comenzaban a cumplirse. Descubrí que él también estaba interesado en mí. Recuerdo aquel día, en el que me dijo que me quería por primera vez y me repetía que siempre estaríamos juntos. Hasta hace poco creí que sus palabras eran ciertas, pero solamente perduraron 7 meses. O al menos, eso es lo que yo creía.
El día 5 de abril ya no era igual que su anterior. Había varias cosas que los diferenciaban. No estaba su “buenos días, cariño” vía sms a las 8 de la mañana. Tampoco me vino a buscar aquel día, y por supuesto no me dio aquel beso que recibía todas las mañanas a las diez. No. Ya no estaban. Ni él ni sus besos. Ambos habían decidido fugarse de mi vida, como si se hubiese tratado de una mera ilusión provocada por mi subconsciente. Éste último deseaba torturarme.
Mi cabeza me obligó aquel día a abandonar las clases y dirigirme al parque que  hacía de escenario a mi última pesadilla. Me quedé observando aquel banco, y las viejas imágenes se apoderaron de mi mente...


-Miguel me ha citado en este lugar-me repetía una y otra vez-Eva, tranquilízate, solo llega algo tarde...
Aguardaba con impaciencia el momento en el que mi novio apareciera, con esa brillante sonrisa ondeando en sus labios. Que se inclinase hacia mí, que me besase, que me abrazase... No tenía ni idea de lo que me esperaba.
Estaba muy inmersa en mis pensamientos, cuando alcé la vista y le vi aparecer. Se acercaba con esa forma de andar tan despreocupada que me volvía loca, con esa cara tan perfecta que sin lugar a duda dios había creado especialmente para mí, con esos labios tan conocidos y que a la vez tenía tantas ganas de explorar...Pero en ese cuadro tan perfecto desentonaba algo. Sus ojos tristes, demasiado oscuros para ser sus preciosos ojos color miel y su sonrisa... no sabía dónde estaba.
Me levanté para abrazarle, tal y como estaba acostumbrada a hacer. Extendí mis brazos hacia él con una sonrisa, y él se apartó rechazándolos. Me quedé congelada. Jamás había hecho una cosa así y no comprendía cuál era la razón de que lo hiciera ahora.
-Hola, Eva...-susurró con un hilo de voz.
-Miguel, ¿qué te pasa?
-Creo que... tenemos que hablar.
Aquello era malo, o eso creía. “Tenemos que hablar” son las tres peores palabras creadas por el ser humano. Después de ellas nunca viene nada bueno. Me senté en el banco y esperé a que él hiciera lo mismo a mi lado. Transcurridos unos segundos, se sentó con suma precaución, como si el banco estuviera recién pintado o algo por el estilo. Me miró, con unos ojos sin rumbo que jamás había visto.
-Estos días he estado pensando muchas cosas...
No dije nada al respecto, aguardé a que prosiguiera.
-Verás, creo que esto no llega a ninguna parte-dijo con una voz fría.
-No te entiendo.
Pretendía hacerme la tonta, incluso engañarme a mí misma. Claro que lo entendía, sus palabras eran claras, pero toda oportunidad debía ser gastada.
-Eva, yo ya no te quiero como antes, pero ese no es todo el problema. Creo que no te quiero lo suficiente como para seguir adelante con esto-las palabras salieron disparadas de su boca, mientras yo necesité un momento para asimilarlas.
-Quieres decir que... ¿esto es el final?-En otro momento, me hubiese sentido estúpida por preguntar eso, pero no en ese.
-Me temo que sí.
-Y ahora, dime la verdad, ¿alguna vez me quisiste lo suficiente, o esto era solo un juego para ti?
-Claro que te quise...
-No te creo-las lágrimas se deslizaban ya por mis pómulos, para llegar a mi barbilla y caer con rumbo hacia ninguna parte.
-Oh Eva... yo...-se inclinó hacia mí con intención de besar mi frente.
-No-dije con voz temblorosa-no me toques.
-Pero cariño, yo...
-Pero, ¡¿tú qué es lo que quieres?!- le espeté. Estaba muy dolida-¿Ya no me quieres no? Pues olvídame, déjame en paz. Olvida lo que paso entre los dos y por favor, no me llames, no me hagas más daño.
Me levanté con indecisión y le di la espalda mientras caminaba en la dirección contraria hacia mi casa. Recuerdo que en aquel momento sentí el deseo de volver y abrazarle. Decirle cuanto le amaba y dejarle claro que no estaba dispuesta a vivir sin él. Mi dolor me lo impidió.


Los recuerdos eran demasiado nítidos aún. Era una tonta. ¿Acaso se iban a borrar con el paso de un día? Me daban ganas de reírme de mi misma. Me senté en el banco al que había mirado embobada durante un buen rato y comprobé que pequeñas gotitas de agua comenzaban a caer por mi frente.
No me importaba. Ahora ya no me importaba nada. Todo me daba igual. Quería que el sufrimiento terminase. Quería dejar de ver, oír, sentir... Solo ver negro, solo oír silencio, solo sentir paz... De nuevo me engañaba. ¿Paz? No, yo no podría estar en paz nunca. Porque siempre se ha relacionado la paz con la felicidad y mi felicidad solo se hallaba al lado de la persona que había decidido encontrarla lejos de mí. Cerré los ojos, intentando que las lágrimas no se escaparan de mis ojos. Finalmente abandoné mi lucha.


-Sabía que te encontraría aquí...
Sí, era su voz, estaba convencida. No me esforcé por ocultar mis lágrimas, ni tampoco mi llanto. No me incorporé. No moví ni un solo músculo de mi cuerpo. Temía verle y satisfacer a mis auténticos deseos.
-He cometido un error. Me gustaría que me escuchases...
Su voz parecía sincera y... ¡NO! No podía permitirme ahora dudar de mis anteriores palabras.
-Eva, verás... yo...
-No, por favor-le interrumpí-no sigas. No quiero que me hagas más daño.
-Eva, te quiero.
Sus palabras atravesaron los muros que yo había intentado construir para defenderme. El aún húmedo cemento cedió a sus palabras. Levanté la mirada, sin poder evitarlo, y contemplé con adoración sus ojos llorosos, mirándome demasiado tristes.
-Eso no fue lo que me dijiste ayer...-decidí irme por la tangente.
-Ayer me comporté como un auténtico idiota.
-Ya lo creo-coincidí. Sabía que no resistiría durante mucho tiempo.
-Estaba confundido. Tú eres mi vida. No puedo vivir si tú no estás a mi lado. Odio todo lo que no tenga relación contigo. Perdóname. Mis palabras fueron demasiado dolorosas para mí, pero lo fueron aún más al comprobar que tú las creíste. Escúchame con atención-aguardó a la espera de algún tipo de contestación, aunque sabía que ésta no aparecería-no te quiero, te amo. Nunca pienses que siento lo contrario, porque he vivido demasiadas cosas a tu lado como para olvidarlo todo en unas horas. Estoy enamorado de ti, y sé que nunca lo estaré de nadie más. Por favor, perdóname, me siento una auténtica basura.
No sabía que decir. Creo que nadie en mi lugar lo sabría. ¿Qué debía hacer? Debía perdonar al tío que había iluminado mi vida con solo aparecer en ella o... debería tener en cuenta el dolor que había sufrido por su culpa y retomar mi antigua vida, mi vida sin él. Solo con imaginármelo me entraban escalofríos. Me incorporé. No era totalmente consciente de mis movimientos. Me di la vuelta, dándole la espalda, y me dispuse a alejarme.
-Eva, no...-no terminó.
Dejé de caminar. Sabía lo que quería mi corazón, pero también lo que dictaba mi cabeza. No sabía a cuál de los dos hacerle caso, aunque no tardé demasiado en descubrir cuál era el más fuerte. Me giré de nuevo hacia él y me lancé a sus brazos. Sí, ese era justamente mi lugar. Donde deseaba estar. Donde estaba deseosa de experimentar la felicidad.
Allí, junto a él, todo era perfecto.
-Te amo-sus palabras hicieron que una sonrisa apareciera en mi cara.
-Y yo-contesté mirándole a los ojos- mucho más que a mi vida- y besé sus labios.

jueves, 13 de octubre de 2011

My plan: be always next to you


-¿Sabes una cosa? Cuando te conocí, mi mejor amigo me dijo una frase que jamás olvidaré. Me dijo: ‘Jamás te enamores de un corazón roto, porque una parte de éste siempre le pertenecerá a otra persona y jamás será tuyo por completo’. Y, ciertamente, creo que desde aquel momento he pensado que nunca le olvidaste del todo.
-Yo también he creído siempre en esa frase. Incluso pasado mucho tiempo, aun sentía que su recuerdo oscurecía mi corazón. Sentía esa punzada de dolor cada vez que recordaba nuestro último adiós y los terribles meses que le sucedieron. Y sí, siempre creí que jamás podría amarte con todo mi corazón, en realidad llegué a pensar incluso que ni siquiera sería capaz de amarte…
-¿Entonces? ¿Jamás ha cambiado? ¿Aún te duele su recuerdo?
-Es cierto que algo que ha pasado jamás se olvida, pero no, no me duele. Lo recuerdo tan solo con nostalgia, y precisamente por eso siempre he pensado que eres tan especial. Jamás otra persona que no seas tú hubiera conseguido curar esa cicatriz, sanarla del todo… Créeme, jamás. Ni jamás le hubiera entregado mi corazón a alguien que supiera que no iba a cuidarle como tú lo has hecho.
-Y le seguiré cuidando siempre, te lo prometo.
-No, no me prometas nada. Quiero que lo hagas. Quiero que me ames todos los días que pasemos juntos, que me hagas sonreír todas las mañanas, las tardes y las noches. Que no me dejes llorar porque digas que estoy demasiado fea cuando lo hago, y que después de sonreír por eso me digas que soy la chica más preciosa del mundo. Es así como te ganaste mi corazón, y es así como sé que jamás lo perderás. Porque pienso amarte. Hoy, mañana y siempre. ¿Y sabes cómo? Con todo mi corazón.




lunes, 10 de octubre de 2011

Butterfly, fly away...

-->
Tú. Mariposa de sueño. Tú que siempre intentas volar pero olvidas como hacerlo. Tú que estás sola, sola acompañada por tus alas, alas grises y oscuras. Tú que siempre esperas y velas por ellos. Tú que te esfuerzas por encajar en este mundo sin obtener resultados. Sí… Yo te entiendo. Eres como una nube. Siempre estás ahí, cuando no estás nadie nota tu ausencia. Te duele, todo lo que hay alrededor duele. En tu mundo solo hay rosas. Rosas, de vivos colores, preciosas. Rosas que lo único que hacen es causar daño, que cuando menos te lo esperas sacan esas espinas ocultas… Pero qué voy a decirte que no sepas, tú tienes muchas heridas por ellas. Heridas que no tienen cura, que siempre estarán abiertas. Ni siquiera sabes explicarlo, tan solo vuelas. Vuelas con destino a ninguna parte. Un viaje sin retorno en busca de una felicidad que jamás encuentras. No hay marcha atrás. Lo has emprendido. Uno no se detiene en mitad del camino. Sigues, sigues por costumbre, por obligación… Pero no por deseo, ya no deseas encontrar nada. Y así es tu vida. Algún día morirás, posiblemente en mitad del camino. Morirás sin haberlo recorrido, sin haber saboreado el manjar que recompensa el esfuerzo, pero para ti será un alivio. El descanso de no sentir nada será un alivio. Y no hay nada que puedas hacer, lo siento. La estrella que velaba por ti te ha olvidado.
Nota: Recomiendo leer el texto con la primera canción de mi ipod puesta, River flows in you.

domingo, 9 de octubre de 2011

El último adiós


En aquel preciso momento sentí que todo se acababa.
No se terminaba la vida en la tierra, ni la vida de ningún personaje famoso... Simplemente mi pequeña e insignificante vida tocaba a su fin. Allí, tendida sobre una cama, recordaba con nostalgia todos y cada uno de los momentos sucedidos a lo largo de mi vida, desde recuerdos borrosos junto a mis padres, cuando tan solo era una niña, hasta los últimos vividos. Recordaba con exactitud la sala de consultas de aquel hospital frívolo, lleno de pacientes desvalidos al menos hasta donde alcanzaba la vista...
Recordaba a aquel hombre bajito, de expresión inescrutable, que me comunicó con la mayor serenidad posible que me habían detectado un cáncer y que en apenas unos meses este momento llegaría. Sentí que me derrumbaba, que había derrochado mi vida y apenas había disfrutado de ella. Pero hubo algo que no me dejó caer, concretamente alguien. Él. La persona a la que yo amaba y amaría, y que incluso en aquel momento se encontraba a mi lado, entrelazando su mano con la mía, derramando lágrimas sobre mi rostro incapaz de articular palabra, mientras yo intentaba producir una falsa sonrisa y demostrarle que realmente me encontraba bien, lo que por supuesto no era cierto.
El minutero del reloj se movía, con mayor rapidez de la que yo recordaba. Cada minuto que pasaba dolía más y más, y cada vez que el dolor incrementaba más inútilmente intentaba resistirme a aquella inevitable muerte a la que el cruel destino me había condenado. De pronto, sentí una fuerte punzada en el corazón, el mayor dolor que mi piel había experimentado jamás. Sabía que el momento había llegado. Intenté ver a través de la espesa niebla que se apoderaba ya de mis ojos. Apreté su mano, para que comprendiera así que el momento había llegado. Mis sentidos se agudizaron. Oí como su pulso se aceleraba, frenético, en pos de mi muerte. Él sabía que esto tenía que ocurrir, lo quisiera o no. Me miró por última vez, con esos preciosos ojos castaños, pero esta vez no experimenté ese aumento cardíaco que sentía cada vez que estaba cerca de mí. Se acercó lentamente a mí, mientras yo me debatía entre la vida y la muerte. Besó mis labios con dulzura, y deleitó a mis oídos y a mi corazón con su último te amo.