viernes, 21 de octubre de 2011

Lo que nunca se cuenta

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Nota de la autora: El siguiente relato está inspirado en un tema muy actual y relevante de nuestra sociedad actual. El conocido 'bullying' es una terrible forma de maltratar física y psicológicamente a los niños y adolescentes, y normalmente se lleva a cabo por sus propios compañeros. Con este relato he pretendido ver que hay más allá de ese maltrato diario. En pocas palabras, he aquí un texto en el que se cuenta aquello que nunca llevamos a saber: Las consecuencias de este maltrato, en ocasiones terribles. Solo espero que os guste y que, sobretodo, os ayude a reflexionar tanto como en su momento me ayudó a mí. 


El metro. Ocho y cuarto de la mañana, en plena hora punta. Linea azul, la más utilizada al ser la que atraviesa la ciudad de punta a punta. Y ella, tan insignificante como se cree, entre más de 150 personas que caminan a la deriva sin conocer a veces sus propios destinos. Mientras espera a que el tren llegue, se mira en el pequeño espejo redondo que cuelga a un lado de un gran poste que dice “no adelantarse a la línea amarilla”. Piensa que sería una buena idea hacerlo. Una muerte rápida, poco dolorosa supone. Sería una fácil solución a sus problemas, aunque quizá tampoco lo sean tanto. En aquel espejo se ve como siempre. Pequeña, vulnerable, indefensa... y gorda. Lo mire por dónde lo mire, la imagen no se puede negar. Piensa mil y una maneras de distraer a la gente para poder tirarse a la vía sin impedimentos, pero decide que quiere una muerte que no levante tanto barullo. Antes de que la de tiempo a llevar a cabo alguno de sus planes descabellados, el tren llega igual de tarde que siempre, tres minutos concretamente.
Se levanta pesadamente y camina cabizbaja hacia la ya llena cabina. Por un momento cree que no la dará tiempo a pasar y que su cabeza quedará atrapada en la puerta. Sonríe de forma macabra ante la idea. Un niño la observa con curiosidad, y en el fondo algo de miedo por su terrible aspecto. Su madre le llama le atención disimuladamente, pero el niño no parece escucharla. No obstante, ella si se ha dado cuenta. Cree que su cara es lo suficientemente horrible como para asustar a un niño pequeño. Siente náuseas, por otra parte totalmente psicológicas, que consigue controlar.
Muchos pasajeros la observan con curiosidad. Unos se preguntan la razón de que a la juventud de hoy en día le guste estar tan delgado, aunque todos se corrigen utilizando el adjetivo escuálido. Otros simplemente sienten lástima por la pobre chica, y se les ocurre pensar que su novio la ha dejado, o alguna tontería sin importancia de adolescentes. Nadie sabe hasta que punto esto es imposible.
Ella nunca ha tenido novio, ni tampoco amigos, ni amigas. Desde bien pequeña ha estado sola, acompañada de su propia soledad. Ella no es fea, ni muchísimo menos. Es alta y morena. Tiene unos ojos castaños claros color miel y su sonrisa deslumbra a todos, sin excepción. Pero ella ya no tiene sonrisa. Se la han arrebatado. La han humillado y degradado hasta el extremo. La han tirado y pisoteado como si de una colilla se tratase. Pero ella nunca se defendió. Cree que es débil, y en realidad lo es. Y la culpa quizá sea suya, pero a la vez tampoco lo es.
Todo es complicado, su vida entera es complicada, pero todo ha terminado.

La voz mecánica anuncia la nueva parada, parada en la que ella dispone a bajarse. Antes de atravesar la puerta se tropieza en numerosas ocasiones, y decide salir corriendo antes de ver como la gente se ríe de ella. Una vez más. Una de tantas otras. Una rutina terrible. Expulsa esos pensamientos de su mente y decide fijar en su lugar su destino. La montaña. Se metió esta mañana en la mochila aquellas botas viejas que tanto detesta. Realmente las odia. Son aquellas que llevó en la excursión en la que la empezó a gustar Marcos, y también fue aquella en la que Marcos la pegó y la llamó gorda. Esa fue la primera, la primera vez de tantas otras. Por un momento cree sentir una lágrima escapándose de su ojo izquierdo. La detiene al instante. La para antes de que cientos de ellas la sigan en su camino hacia su barbilla, su camiseta, e incluso puede que el suelo. Se siente desgraciada, solitaria, y se pregunta a sí misma que porqué ha sido ella la elegida para haber vivido esta vida lleva de dolor. No lo comprende. No sabe en qué punto se equivocó, ni siquiera sabe si alguna vez se equivocó. Siempre ha sido -y es- una persona muy correcta, estudiosa, educada... Quizá sea ese el problema.
Se detiene de pronto, bruscamente. Agita su cabeza exageradamente, como si deseara que de esa forma sus pensamientos volaran de su cabeza, y la dejaran tranquila. Antes de darse cuenta, ya ha llegado a los primeros arbustos de la parte más baja de la pequeña montaña. Esto la reconforta, aunque una parte en lo más hondo de su cuerpo siente un pequeño escalofrío. Mientras continúa subiendo, piensa en lo que ha pasado para llegar a tomar esta decisión.
Evidentemente, no la tomó a la ligera. Pero llegó un momento en el que creyó que su pobre corazón no aguantaría más. La duele. Cada segundo en el que se burlan de ella, la insultan, pegan, humillan e incluso fuerzan duele como si de una muerte misma se tratase. Con cada golpe del destino siente que sus pulmones se quedan sin aire. Siente náuseas, siente mareos momentáneos, pero sobre todo, siente soledad.
Ha acudido a numerosos psicólogos- tantos que apenas puede recordar sus nombres- a lo largo de su vida. Todos la diagnosticaban lo mismo, depresión. Siempre que recuerda esa palabra se echa a reír. Depresión... ¿De qué sirve ponerle un nombre si no pasa? ¿Si realmente tiene esa supuesta “depresión” desde que la alcanza la memoria?
De pronto, siente una brisa gélida que la saca de sus pensamientos. Se da cuenta de que por fin ha llegado. El acantilado. Recuerda aquella noticia hace meses que hablaba de un hombre que había muerto al tirarse por este, y haberse partido el cuello al aterrizar con las afiladas piedras que se encuentran a unos 100 metros más abajo. Deja la mochila en una piedra que se encuentra en un pico saliente desde el que decide asomarse. Siente la brisa acariciar sus cabellos cuando asoma su cabeza al gran abismo. Su corazón se dispara, pero a ella no la da miedo. Por fin todo ha terminado. Quizá ahora sea feliz. Quizá ahora lo sea de verdad y pueda sonreír por primera vez en 4 años.
Da dos pasos hacia atrás con dirección a su mochila. Saca de ella la carta que le ha escrito a su madre, y que realmente espera que alguien la entregue, posiblemente la policía. La lee comprobando que expresa en ella todas sus razones para llegar a tomar esta decisión, que evidentemente no tiene vuelta atrás. La recuerda a ella, hace no más de una semana, acunándola entre sus brazos y consolándola. Recordándola las cosas tan bellas que tiene la vida, y diciéndola que esto tan solo es una mala racha. Pero está harta de promesas que no se cumplen. De cumplidos que en realidad son solo para reconfortarla. De cuentos de princesas que tan solo son de eso, de princesas. Y sobre todo, de que todo esto lo haya tenido que pasar ella, y más aún, sola. Porque es así como se siente. Sola, triste, desnuda, desprotegida...
Deposita la carta encima de la mochila y pone una pequeña piedra encima impidiendo que esta pueda echar a volar a causa del viento. Mira hacia el cielo y estira los brazos hacia él. A pesar del viento que hace, el sol es muy agradable para ella, teniendo en cuenta que hace semanas que no salía de casa. Siente una repentina necesidad de descalzarse, y no repara en hacerlo. Sin sus viejas botas se siente más libre, más diferente, más como aquella persona que siempre quiso ser y que ya nunca será.
Da un paso hacia delante. Algo dentro de su cabeza la dice que se detenga, pero ella lo ignora. Da otro paso, su pulso se acelera. Sus ojos se cierran de pronto, y sus piernas flaquean instintivamente. Intenta ignorarlo también, aunque esta vez la cuesta más esfuerzo. Abre los ojos muy despacio y contempla su posición actual. Sabe que está a un paso de que todo termine. Su vida, sus esperanzas, sus sueños. Siempre quiso ser periodista, aprender muchos idiomas, viajar a lugares como China, Brasil e incluso Australia. Pero no quiere. No se siente con fuerzas de hacerlo. Ella no debió nacer. No quería. No quiere. Y ahora va a cumplir sus deseos.
Respira profundamente. Las lágrimas comienzan a escaparse de sus ojos. Ésta vez no quiere detenerlas. Sabe que serán las últimas. Cierra los ojos suavemente, para permitir que dentro de ellos se vean los destellos anaranjados del sol. Despega sus labios despacio, muy despacio, y pronuncia de forma pausada:
“Lo siento mamá. Esto no era una mala racha. Tienes razón. En la vida hay cosas realmente maravillosas. Pero mis 15 interminables años de vida me han demostrado que ninguna de ellas me corresponde...”
De pronto el rostro de su madre triste le viene a la mente. No puede soportarlo. Quizá se esté volviendo loca, pero no la importa. Cierra de nuevo los ojos, para contemplarla con mayor claridad, y susurra:
“No te sientas mal por mí, no merezco la pena. De verdad que la culpa no es tuya, es mía”.
Con la misma rapidez que la vio la ha dejado de ver. Vuelve a derramar sus lágrimas sin llanto. Respira de nuevo. Pone su mano derecha en su estómago y la izquierda en sus labios. De pronto, susurra de forma prácticamente inaudible:
“Te quiero. Solo espero que tú si seas feliz”.
Derrama su última lágrima sobre su mano y la coloca sobre sus ojos. Da un paso. El paso definitivo. Vuela de pronto. Se siente libre, feliz. Sabe que será su último recuerdo, si es que en realidad podrá recordar algo. Este es el final. El final de su tristeza.Y allí, mientras su cuello está a tan solo unos segundos de partirse, derrama su última lágrima, antes de abandonar su cruel vida.

3 comentarios:

  1. El texto es impresionante, me he quedado sin palabras, supongo que es la cruel realidad..
    Tu blog me encanta, es muuuuuuuuy bueno, asíque te sigo :)

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  2. He llegado aquí a través de un comentario tuyo en el blog de tu hermana me pareció entender en tu comentario. Y decías algo así como que te encanta como escribe. Pues desde mi humilde parecer, no tienes nada que envidiar. Vuestra familia es de escritores? jeje.
    Muy buen post y muy buen blog.

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  3. Muy duro y real ( por desgracia ).El texto es fantástico como todo lo que escribes !!!.
    Acostumbras a escribir con mucha melancolia y dolor, aunque a veces pongas un final feliz.
    Me encantaría leerte un relato 100% "happy".En la vida también hay momentos felices,aunque nos de la sensación que son cortos.
    Te mereces un relato feliz y una sonrisa.
    Saludos.

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