jueves, 29 de diciembre de 2011

Perfection doesn't exist


Desde que nacemos buscamos la perfección. La buscamos porque creemos que nos llevará a la felicidad eterna, pero no sabemos hasta qué punto nos equivocamos. La felicidad no es para siempre, y por supuesto, nadie puede ser feliz cada segundo de su vida. Es totalmente imposible. La felicidad es un rayo de luz que llega de repente a nuestras vidas y que cada uno aprovecha y ve como quiere. Simplemente debemos utilizarles. Debemos reflejar ese destello de luz y no hacerle sombra. Debemos sonreírle para que continúe brillando. Por esto mismo no podemos llegar a este momento con la perfección. ¿Por qué? Porque si todo fuera perfecto jamás habría un destello de luz que sobresaliera sobre los demás. Todo sería igual, aburrido, monótono, oscuro. No pretendáis jamás fingir una sonrisa para que las cosas salgan mejor, porque os aseguro que eso no ocurrirá. Solamente debéis pensar que todo pasa. Todo. Aunque en algunos momentos creamos que no hay salida, que estamos perdidos, que para nosotros no hay opción... Y sí, siempre hay salida. Por muchos días que haya en los que domine la tormenta siempre saldrá el sol.


miércoles, 21 de diciembre de 2011

We are just past tense



Me miras. Sonrío, sonríes. Mi corazón cambia el ritmo de sus pulsaciones; se vuelven irregulares, frenéticas. Nos miramos, veo toda una historia en tus ojos. Vislumbro recuerdos, frases, largos días sentados en un parque, manos entrelazadas, lágrimas apartadas, interminables caricias… Pero hay algo que nuestros ojos muestran, algo que ambos tienen en común: El deseo. Siempre tuvimos ese sentimiento muy patente, casi palpable.
Segura estoy de que ambos recordamos aquellas tardes de verano, aquellos besos húmedos sellados por nuestros labios. Sé que te acuerdas de mis palabras, al igual que yo de las tuyas. “Algún día, no sé exactamente cuándo ni dónde, volveré a buscarte y te besaré. Lo prometo.” Jamás lo olvidaré, no podría. ¿Cómo olvidar tus promesas cumplidas? Una vez me dijiste “nunca dejes de creer”. Ahora yo puedo decirte que jamás dejé de creer en ti. Pestañeo, me guiñas un ojo. Muerdes la comisura de tus labios, me sonrojo. Alzas una mano, yo recuerdo tus besos. Me doy la vuelta y camino, esta vez hacia mi futuro. Hacia mi camino.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Decisiones reprochables

Presioné el botón verde que se encontraba en el lateral de las puertas y éstas se abrieron, permitiéndome el paso. Como normalmente acostumbraba a hacer, me senté en uno de los sitios libres al lado de la ventana. Siempre me ha gustado viajar observando el paisaje. De esta forma me siento más libre, menos encerrada. Saqué un libro, no recuerdo cuál era exactamente, pero partiendo de mi predecible gusto literario podría asegurar que sería algo romántico o quizás poético. Alternaba la lectura con la contemplación del precioso crepúsculo que se me presentaba ante los ojos, nada fuera de lo común. En realidad todo en aquel viaje era bastante común, incluso rutinario, pero algo cambió el curso de las acciones de pronto.
Dos estaciones después de la mía, una pareja entró en el vagón y se sentó en los asientos contiguos. Francamente, sin que ellos articulasen palabra, me llamaron la atención. Él era muy apuesto, atlético y con una gran sonrisa de oreja a oreja. Mientras que ella… Apagada. Esa palabra la define bastante bien. Pálida, mirada perdida, grandes ojeras alojadas bajo sus ojos… Me preocupó incluso su estado de salud. Tenía miedo de que en cualquier momento alguien tosiese y ella se contagiase al instante o saliese volando… Muy frágil.
Intenté concentrarme de nuevo en mi lectura y conseguí sumergirme en ella durante un buen rato hasta que el móvil de la chica sonó. Por el tipo de tono, deduje que sería un mensaje e intenté concentrarme de nuevo en la lectura. Me fue imposible. La mujer leyó el mensaje apresuradamente y, cuando se dispuso a guardar el móvil, el chico se lo arrebató de las manos. Se tomó un minuto para leer el contenido y a continuación la propinó un tortazo.
Me quedé helada. Todo el vagón se quedó helado, congelado, suspendido en el tiempo. Miré fijamente a la chica; como sus ojos se llenaban de lágrimas y su mano derecha rozaba su mejilla mientras que la izquierda se mantenía en guardia. El hombre maldecía una y otra vez, la dedicaba palabras que supongo mi cerebro ha querido olvidar y realmente se lo agradezco… Y, de pronto, me miró.
-¿Tú qué? ¿Quieres otra? Malditas zorras.
Mi corazón empezó a latir a toda velocidad, creo que todo el vagón podía oír sus latidos desbocados. Yo no era una persona valiente. Era una de esas personas que se escudan tras su inteligencia y sus palabras bien cohesionadas. Pero esta no era una de esas ocasiones. Aquí hacían falta agallas, algo de lo cual yo carecía. No sé cómo, ni de qué forma, pero ese día las encontré.
-No tienes derecho a hablarme así. Ni a mí ni a ella.
Se tomó un momento para contestar.
-¿Y desde cuando las zorras tenéis “derechos”?
Alzó su mano frente a mí, amenazándome. Ella intentó murmurar algo, supongo que para defenderme, y él se volvió para ensañarse de nuevo con ella. Permanecí allí, clavada en el suelo, viendo como aquella mujer sufría un golpe tras otro. Barajé las dos posibilidades que se presentaban en mi cabeza. Ayudarla o huir, estaba a punto de llegar a mi parada. La miré. Vi el terror en sus ojos. La pena, la infelicidad. Vi el final del crepúsculo reflejado en sus ojos y presioné el botón verde.



miércoles, 7 de diciembre de 2011

Endless

Siento su aliento. Su dulce respiración, tan relajada, tan pausada… Siento el latido de su corazón. Late lento, muy lento. Cuando me doy cuenta, nuestras respiraciones suenan al unísono. Parece como si solo hubiera un corazón, uno de los dos, que se encarga de funcionar por y para ambos. No quiero abrir los ojos, tengo miedo. Anoche fue la mejor de mi vida. No quiero despegar mis pestañas y descubrir que todo ha sido un sueño, uno fantástico. No quiero abrir los ojos y descubrir que él no está a mi lado, que no estoy apoyada en su pecho, que lo que oigo latir no es su corazón… La luz del amanecer irrumpe en la habitación y una leve ráfaga de aire entra por la ventana. Se mueve, en sueños y apoya su nariz en la mía. Su aliento golpea mi cara. Huele a menta y a nicotina. Su olor es adictivo.
Reúno fuerzas y abro los ojos. La claridad me fuerza a abrirlos lentamente y comienzo viendo sus labios, sus pecas, sus pestañas… Está ahí, a mi lado. No ha sido un sueño. Por un momento siento sus caricias. Sus manos rozando mi cuerpo, sus labios susurrando infinidad de te quieros. “Te amo” susurro contra su pecho. No puedo evitarlo. Y, de pronto, sus labios se curvan esbozando una sonrisa. Estaba despierto. Le odio. Abre los ojos y me mira. Color miel, quizás uno un poco más oscuro que el otro. Me veo reflejada en ellos y me siento pequeña, insignificante a su lado. Sonríe de nuevo. “¿Sabes? -me dice- Había pensado en decirte buenos días, princesa. Pero, lo he pensado mejor y no te lo diré”. Le miro, extrañada. Sonríe de nuevo. Una sonrisa amplia, un poco traviesa. “Quiero pasar todas las noches que me resten de vida contigo-dice, mirándome fijamente-Y ahora sí. Buenos días. Quiero despertarte con un beso, princesa”. Se acerca sin que me dé tiempo a responderle y me besa.”Y así será, para siempre”.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Breaking down


Mi corazón va siendo ocupado temporalmente por diferentes personas. Algunas se alojan allí para siempre, mientras que otras están tan solo de paso y muchas veces dejan rasguños que solo el tiempo sabe curar. Por él ha pasado mucha, mucha gente. A muchos de ellos les conservo en la habitación de “para siempre”. Allí esta mi familia y mis amigos, aquellos a los que siempre querré y que pase lo que pase conservarán su habitación, pase lo que pase. Tengo otra habitación, una muy especial. Una en la que se encuentra él, la persona a la que quiero. Ahora es mi motor, mi gasolina, y mi corazón se apoya en ella para latir día a día. Pero esta habitación no es lo que parece. Tiene fugas, entradas secretas, pasadizos que solo conozco yo y que conducen a habitaciones separadas, aisladas, destruidas… Habitaciones en las que guardo mis desilusiones, mis lágrimas, mis inseguridades, mis amores imposibles, todos los “no” que he recibido y todas las despedidas dolorosas de gente a la que he querido en mi vida. He de admitir que no hay demasiadas habitaciones como ésta y por suerte consigo mantenerlas aisladas de mi habitación especial... Pero desde hace poco tiempo tengo un problema. Ha habido una fuga en una habitación y ha ocurrido algo que me ha desconcertado por completo. La luz de mi habitación especial se ha filtrado y ha pasado a iluminar otra estancia. Ahora tengo una nueva habitación en cierto modo especial para mí. La habitación de los recuerdos. Creí haberla aislado de mi vida, pensé que era un capítulo que jamás volvería a repetirse... Pero me equivocaba. Esa habitación también es importante para mí y también forma parte de mi vida. Ahora mismo no se me ocurre la manera de aislarla de nuevo, aunque a veces creo que la razón es que no quiero volver a apartarla de mi vida.
Sé que está ahí. Puede que me duela recordarla, puede que me sienta mal por creer lo que creo y puede que necesite mi habitación especial para sobrevivir, pero necesito creer que mi habitación de los recuerdos no me ha olvidado...