domingo, 18 de diciembre de 2011

Decisiones reprochables

Presioné el botón verde que se encontraba en el lateral de las puertas y éstas se abrieron, permitiéndome el paso. Como normalmente acostumbraba a hacer, me senté en uno de los sitios libres al lado de la ventana. Siempre me ha gustado viajar observando el paisaje. De esta forma me siento más libre, menos encerrada. Saqué un libro, no recuerdo cuál era exactamente, pero partiendo de mi predecible gusto literario podría asegurar que sería algo romántico o quizás poético. Alternaba la lectura con la contemplación del precioso crepúsculo que se me presentaba ante los ojos, nada fuera de lo común. En realidad todo en aquel viaje era bastante común, incluso rutinario, pero algo cambió el curso de las acciones de pronto.
Dos estaciones después de la mía, una pareja entró en el vagón y se sentó en los asientos contiguos. Francamente, sin que ellos articulasen palabra, me llamaron la atención. Él era muy apuesto, atlético y con una gran sonrisa de oreja a oreja. Mientras que ella… Apagada. Esa palabra la define bastante bien. Pálida, mirada perdida, grandes ojeras alojadas bajo sus ojos… Me preocupó incluso su estado de salud. Tenía miedo de que en cualquier momento alguien tosiese y ella se contagiase al instante o saliese volando… Muy frágil.
Intenté concentrarme de nuevo en mi lectura y conseguí sumergirme en ella durante un buen rato hasta que el móvil de la chica sonó. Por el tipo de tono, deduje que sería un mensaje e intenté concentrarme de nuevo en la lectura. Me fue imposible. La mujer leyó el mensaje apresuradamente y, cuando se dispuso a guardar el móvil, el chico se lo arrebató de las manos. Se tomó un minuto para leer el contenido y a continuación la propinó un tortazo.
Me quedé helada. Todo el vagón se quedó helado, congelado, suspendido en el tiempo. Miré fijamente a la chica; como sus ojos se llenaban de lágrimas y su mano derecha rozaba su mejilla mientras que la izquierda se mantenía en guardia. El hombre maldecía una y otra vez, la dedicaba palabras que supongo mi cerebro ha querido olvidar y realmente se lo agradezco… Y, de pronto, me miró.
-¿Tú qué? ¿Quieres otra? Malditas zorras.
Mi corazón empezó a latir a toda velocidad, creo que todo el vagón podía oír sus latidos desbocados. Yo no era una persona valiente. Era una de esas personas que se escudan tras su inteligencia y sus palabras bien cohesionadas. Pero esta no era una de esas ocasiones. Aquí hacían falta agallas, algo de lo cual yo carecía. No sé cómo, ni de qué forma, pero ese día las encontré.
-No tienes derecho a hablarme así. Ni a mí ni a ella.
Se tomó un momento para contestar.
-¿Y desde cuando las zorras tenéis “derechos”?
Alzó su mano frente a mí, amenazándome. Ella intentó murmurar algo, supongo que para defenderme, y él se volvió para ensañarse de nuevo con ella. Permanecí allí, clavada en el suelo, viendo como aquella mujer sufría un golpe tras otro. Barajé las dos posibilidades que se presentaban en mi cabeza. Ayudarla o huir, estaba a punto de llegar a mi parada. La miré. Vi el terror en sus ojos. La pena, la infelicidad. Vi el final del crepúsculo reflejado en sus ojos y presioné el botón verde.



2 comentarios:

  1. Buenísimo !!!!! Muy real...
    Ese botón verde representa el mundo real.
    Es el relato que más me ha gustado de los que te he leido.
    UN ABRAZO!!!!

    ResponderEliminar
  2. no habrás leído "palabras envenenadas"? porque el tema que se trata es el mismo y me gustaría saber que tal está.
    Es un relato realista donde los haya, si señorita.
    Me encanta! :)

    ResponderEliminar