lunes, 5 de marzo de 2012

Summer romance

Para un pueblo como el mío, éste está siendo uno de los veranos más calurosos que recuerdo. Las clases terminaron hace poco más de un mes y la gente pasa los días enteros en la piscina, otros en la playa… Pero yo prefiero malgastar mis días de otra forma, y digo malgastar porque nadie acaba de entender mi amor por la pintura. Hoy técnicamente no es un día diferente al resto, pero hay algo dentro de mí que susurra “sí, hoy es el día”… Cuánto odio esa voz interior.
Me apresuro a guardar los pinceles y demás instrumental en mi bolso y salgo por la puerta de mi pequeña y vieja casa sin prestar atención a lo que dice mi madre. Ya no tenemos demasiada comunicación, he de admitir, desde hace cosa de un verano…
Desde que mi memoria alcanza he pasado los veranos en este pueblo y a pesar de mis 16 años esto sigue sin cambiar. Cuando era más pequeña pasaba los días jugando con mis amigos de aquí, de sol a sol prácticamente… Eran buenos tiempos, no hay duda. Pero nada comparado al verano pasado. Hubo noches de descontrol, cientos de maravillosos recuerdos, muchos labios… Pero ningunos como los suyos. Él era tan… Especial.
Sin darme cuenta he llegado ya al lago del pueblo, que gracias a la hora (creo recordar que al salir de casa eran las nueve) ya no hay ni pescadores ni bañistas. Me apoyo contra el árbol de siempre y preparo el lienzo y los pinceles para plasmar la apuesta de sol que se avecina. El cielo ya empieza a ponerse de color rojizo, pero aun me quedan varios minutos antes del momento que ansío. Y, mientras contemplo como el cielo empieza a sumirse en un mar de fuego, comienzo a llorar. Hoy hace un año exacto que se fue para siempre, que me dejó tirada en este mismo árbol y arrojó todas mis ilusiones al lago. Éste lago me conoce, comparte mis lágrimas. Sé cuánto le duele, él nos vio aquel verano. Vio nuestros besos, brilló antes sus hermosas palabras, veló por nosotros, acompañó nuestras caricias… Desde que he vuelto al pueblo este verano he pasado aquí todas las puestas de sol. He contemplado una y otra vez la misma escena que contemplé aquel día, albergando la esperanza de que él aparezca y me acompañe, de que sujete el pincel junto con mi mano y ambos retratemos como el sol se pone para dejar paso a nuestros labios. Pero nunca sucede, y yo pierdo la esperanza. Me juré que volvería hoy por última vez, como última oportunidad para él y, supongo, para mí misma. Era el momento, el momento en el que yo debía deslizar mi pincel teñido de magenta sobre el lienzo. Mis dedos no respondían a órdenes de mi cerebro pero tampoco se movían a su antojo, seguían los dictados de mi corazón.
El sol desapareció en el horizonte dejando en su lugar un cielo color rosáceo que pronto se convertiría en negro y se llenaría de estrellas. Él no había venido, eso es algo que yo debía asumir. No sabía si estaba preparada para vivir sin esperanzas, pero sabía que podría vivir sin él. Me alejé lentamente de aquel árbol, prometiéndome que no volvería a acercarme nunca más por mucho que me doliese.

Y allí, bajo el cielo estrellado y bajo el árbol que les vio enamorados, yace un lienzo que poco tiene que ver con colores rojos y rosas. Yacen ellos, un día cualquiera de verano, de la mano y caminando cerca del lago. Sin preocupaciones, enamorados y felices, tal y como ella siempre les recordará. Viviendo un sueño que fue una vez, pero que nunca jamás será.

1 comentario:

  1. jope Alba, te juro por dios que se me están cayendo las lágrimas. Es increíble lo que eres capaz de transmitir con la palabra, verdaderamente increíble.
    Sigue así.

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