domingo, 8 de abril de 2012

Fumarse la vida

Putos cigarros-piensa mientras tantea dentro de la cómoda en busca de la cajetilla-cuanto más mono tengo más parecen esconderse.
Aun es pronto, las 8 de la mañana de un domingo tan aburrido y oscuro como otro cualquiera, y se dirige al balcón mientras va sorteando el hilo de ropa que va desde la puerta de entrada hasta la de su habitación. Nada más abrir la puerta un escalofrío recorre todo su cuerpo, había olvidado que estaba en ropa interior. Pero ni siquiera le da importancia, sale y disfruta encendiéndose su cigarro mientras el vello de todo su cuerpo manifiesta el brusco cambio de temperatura. La luna ya ha desaparecido y es de día, pero el domingo se presenta bastante apagado y lúgubre, en cierta forma como su propia vida. La cabeza le da vueltas, anoche se pasó bastante con la dosis de alcohol. Intenta hacer un pequeño ejercicio de memoria: Qué bebió, con quien estuvo, si hubo algún acontecimiento destacable… Y se detiene. No, sabe que no encontrará nada diferente al resto de sábados. Como siempre, bebió mucho más de lo que debía. Como siempre, bailó como una loca y tuvo más que palabras con también más de un hombre. Y, como siempre, sabe que en su cama hay alguien desnudo y roncando de quien apenas puede recordar su nombre. Su vida está vacía, se basa en intentar olvidar sus penas jugando con hombres. Una especie de venganza, piensa ella para justificarse, por todo el daño que los hombres la han hecho a lo largo de su vida.
Inmediatamente, siente un escalofrío recorrer su columna y las imágenes inundan su mente. Ayer tenía pensado volver a casa sola, pero algo sucedió en el último bar. Le vio, el protagonista de sus pesadillas. El responsable de su dolor, venganza y sufrimiento. La reacción lógica y sensata hubiera sido ignorar su presencia y abandonar el bar, pero ella nunca fue ninguna de esas dos cosas. Le observó durante un rato, poniendo especial atención a sus ojos. No habían cambiado, al igual que él tampoco parecía haberlo hecho. Allí estaba, cubata en mano izquierda, rubia deslumbrante en mano derecha. Nada que pareciera sorprenderla, por supuesto, por lo que tampoco lo hizo su reacción. Se le encogió el estómago, esa extraña sensación de celos invadió por completo su organismo cual morfina. Aún le amaba. Qué tontería, y que tonta era por haber permanecido en aquel lugar. Un hombre irrumpió sus pensamientos para invitarla a una copa. Ambos sabían que no iba a rechazar, ella tenía cara de necesitarlo. Poco tiempo tardaron en pasar del ron cola a la cama, quería olvidarlo todo por una noche. Otra más que lo intentaba, y otra más que por supuesto fracasaba.
Enciende otro cigarro cuando la puerta del balcón se abre. Aparece Carlos, nombre que acaba de recordar, para despedirse y darle su número. Carlos no lo sabe, pero ella no tiene ninguna intención de llamarle. Encontrará a otro, otro con el que intentar ahogar sus penas. Intentarlo, porque jamás lo consigue. Siempre va a tener sus ojos metidos en la mente, es algo a lo que se ha resignado ya. Él es especial, más de lo que cualquiera de sus rollos de una noche puede llegar a intuir. Le dio todo, lo que pidió y lo que no, y él a cambio la engañó.  Volvió a pedirla perdón y ella le perdonó incontables veces, y él siempre desaprovechaba segundas oportunidades. Irónico en cierta forma, y muy injusto. Por él lo perdió todo, se perdió incluso a sí misma. Ya no le queda nada, está totalmente sola. El amor es una mierda-piensa-yo era mucho más feliz antes de conocerle. Y es cierto, él hizo que se consumiera poco a poco, exactamente igual que su cigarro.
Ve a Carlos alejarse de su edificio y a la vez de su vida, y da una larga calada para no poder ver nada más que el humo. Piensa en prometerse que cambiará de vida, pero se ríe ante la sola idea. Sabe que no lo cumplirá, como no lo ha hecho en cientos de ocasiones anteriores. Sabe que seguirá siendo la misma, viviendo la misma mierda. Con los mismos vicios, las mismas obsesiones y el mismo gato persa haciéndola compañía. Es su vida y normalmente la odia, pero los pocos minutos de anoche en aquel bar fue un poco más feliz. Sabe lo que quiere hacer, sabe a quién acudir. Sabe lo que pasará, como pasará y cuando pasará. Alcanza su móvil y marca el único número a parte del suyo que se sabe de memoria.
Quiero verte-dice casi en un susurro-ahora. Ni siquiera hay respuesta, sabe que en pocos minutos sonará el timbre. Ni siquiera piensa en cambiarse, es él. El dueño de esos ojos que la tienen loca, de esa sonrisa que no puede olvidar. ¿Que si sabe que es estúpida? Lo sabe, pero está enamorada, por lo que es prácticamente un sinónimo de diccionario. Ya se arrepentirá cuando él se vaya, esté sola de nuevo y lo único que pueda sentir es su inconfundible olor llenando su cama.
Llaman al timbre, ella se incorpora para abrir la puerta. Se acerca y gira el picaporte, encontrándose al otro lado con dos ojos felinos. Hay deseo y amor, una mezcla más peligrosa que la pólvora. Explosionan con un feroz beso, seguido de una rápida carrera hacia el dormitorio. Y así son todos y cada uno de los domingos de su vida, seguramente el momento más feliz de toda la semana. Un momento de sentir, de dejar los pensamientos a un lado. De gritar de placer y de olvidar las dolencias del corazón. Un momento en el que, sin temor a sentirse incómoda o rechazada, puede susurrarle al oído cuando le ama.


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