sábado, 12 de mayo de 2012

Eighteen

Estoy sentada en el suelo de mi habitación, acompañada solo de mis cuatro paredes, con las rodillas dobladas y mis brazos rodeándolas. Miro al suelo, al techo, a las paredes, y siento que nada es protector, familiar… La habitación está prácticamente oscura, solo un pequeño hilo de luz se cuela entre las persianas. Hay unos 25ºC en la calle y yo no paro de tiritar, pero aún así no me tapo, agradezco que el frío me haga daño. No paro de pensar en él, en todo lo que le quiero. En los momentos que hemos pasado, en cada beso, cada caricia, cada abrazo… Me siento realmente estúpida. Egoísta, imbécil y un montón de improperios más que aun así se quedarían cortos. Lo tenía absolutamente todo, no me faltaba nada. Tenía a la persona que quería, tenía la felicidad más plena, tenía días y noches de palabras bonitas, tenía verdades… Y lo he maltratado todo. Lo he roto, ensuciado y retorcido hasta reducirlo a cenizas. Pero aún no es polvo, aún no ha volado. Quizás llegaría a hacerlo con el tiempo, pero no pienso permitirlo. Yo ya no tengo mis alas, las he perdido por no pensar en las consecuencias de mis actos, pero aún tengo otras y sé muy bien qué hacer con ellas. Te las regalo a ti, mi amor. A ti que las mereces más que nadie. A ti, a quien quiero, a quien deseo la más plena de las sonrisas.
De poco sirven las palabras y las promesas, no cuando no mereces confianza. No se puede cambiar el pasado, pero si se puede compensar el futuro. Si se puede estar seguro de querer con todo tu corazón y de hacer cualquier cosa por volver a sentir aquella felicidad. Mientras tanto, mientras tu corazón sangra y el mío se estremece, solo espero al tiempo. Al tiempo, al perdón y al amor, al de verdad. Pero necesito pedir una cosa, una última cosa antes de taparme para evitar que este extraño frío me consuma por dentro. Necesito pedirte que te quedes a mi lado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario