La muerte llega inevitablemente, de formas diferentes, de
improviso o a conciencia, dolorosa o indolora, incluso feliz o triste… Pero
siempre llega. Nos obligamos a vivir sin pensar en ella, creyendo en el fondo
de nuestra cabeza que seremos la excepción, que no llegará para nosotros… Pero
llega y nos fulmina. La muerte es dura para aquel que abandona, para el que va
a ninguna parte, para el que vuela a los cielos o para el que viaja como un
errante por la Tierra, pero lo es aún más para los que se quedan. La muerte
deja un vacío, uno que es imposible rellenar. Un boquete en el corazón que
acompañará a quien lo tiene el resto de su vida.
La vida es frágil. Es un fénix que no renace de sus cenizas,
una pluma que vuela pero jamás regresa. Hay diferentes formas de vivir una
vida, cada persona es responsable de decidir su camino. Cada uno decide como
disfrutarla, aprovecharla, sufrirla o llorarla. Es una decisión individual,
pero hay una regla de oro: Jamás abandones, jamás dejes de luchar. Haz lo mejor
para ti, para ella. Cuídala, cuídate. Piensa en ti, en qué sucedería con
aquellos a los que quieres si te ocurre algo. Piensa en la sonrisa de los que
te hacen bien y olvida a aquellos que solo maltratan tu corazón. Lucha por
quien quieres, por lo que quieres, pero sobre todo lucha por ti. Todo el mundo
merece ser perdonado, pero la muerte no da segundas oportunidades.
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