Anoche soñé con él. Soñé que estábamos en una amplia
habitación, con una gran cama nido presidiendo el centro. Estábamos bajo unas
sábanas lila suaves, pero no más suaves que el roce de su piel, que la caricia
de sus manos, que los cientos de ‘te quiero’ susurrados… Nos besábamos, no
parábamos de besarnos. Como dos partes de un todo, como dos almas que necesitan
estar juntas, como un ventrículo que necesita desesperadamente a su aurícula.
Tengo ganas de decirle que no se vaya, que se quede esa noche conmigo, que no
me abandone jamás. Pero tengo tanto miedo… Miedo de romper el momento, miedo de
que le disgusten mis palabras, miedo al rechazo, miedo al abandono. Por ello
callo y disfruto, me pierdo en sus labios, en los pequeños mordiscos y en sus
preciosos ojos. Y de pronto, dejándome totalmente desconcertada, desaparece. Se
ha ido, se ha esfumado, ha volado sin dejarme de recuerdo ni una sola de sus
plumas… Y yo yazco aquí sola, desnuda, sin ventrículo, sin alma. Mi pecho
parece desgarrarse. Tengo ganas de arrancármelo, de despojar mi ser y mi
corazón de mi cuerpo. De volar en su busca. De derramar lágrimas sin un sentido
claro. De no querer a nadie más. De dejar de sentir, de ver, de oír, de
soñar…
Y despierto en mi cama
incorporándome bruscamente, bañada en sudor. Sollozo e intento tranquilizarme,
recordándome que solo ha sido un sueño. Pero no, no solo era un sueño. Era la
realidad disfrazada de pesadilla, que se ha filtrado en mi mente y ha aprovechado
su información para burlarse de mí. Me miro las manos, que temblorosas son
incapaces de calmar mis nervios. No, él ya no está conmigo. No estaba soñando,
era mi realidad que ha decidido torturarme, privarme de mi descanso, de mi
tiempo sin lágrimas. Que ha decidido convertir en pesadillas lo que antes eran
sueños reales, sencillos... Lo que antes eran sueños perfectos y felices con
él.
Y no me queda más que volver a dormirme, dejar que pasen
las horas y esperar a que la luz del día sea quien me proteja. Tiemblo pues, al
pensar en que apenas quedan horas ya para que sea de nuevo de noche, para estar
de nuevo sola con mis pensamientos, para estar a merced de mi cabeza y su
maldita persistencia en destruirme por dentro. Y antes de caer en un sueño
oscuro y voluble me doy cuenta de algo: en el olvido, como en el dolor y el
amor, el peor enemigo es uno mismo.