viernes, 28 de septiembre de 2012

Cabeza, corazón, cuerpo.


Anoche soñé con él. Soñé que estábamos en una amplia habitación, con una gran cama nido presidiendo el centro. Estábamos bajo unas sábanas lila suaves, pero no más suaves que el roce de su piel, que la caricia de sus manos, que los cientos de ‘te quiero’ susurrados… Nos besábamos, no parábamos de besarnos. Como dos partes de un todo, como dos almas que necesitan estar juntas, como un ventrículo que necesita desesperadamente a su aurícula. Tengo ganas de decirle que no se vaya, que se quede esa noche conmigo, que no me abandone jamás. Pero tengo tanto miedo… Miedo de romper el momento, miedo de que le disgusten mis palabras, miedo al rechazo, miedo al abandono. Por ello callo y disfruto, me pierdo en sus labios, en los pequeños mordiscos y en sus preciosos ojos. Y de pronto, dejándome totalmente desconcertada, desaparece. Se ha ido, se ha esfumado, ha volado sin dejarme de recuerdo ni una sola de sus plumas… Y yo yazco aquí sola, desnuda, sin ventrículo, sin alma. Mi pecho parece desgarrarse. Tengo ganas de arrancármelo, de despojar mi ser y mi corazón de mi cuerpo. De volar en su busca. De derramar lágrimas sin un sentido claro. De no querer a nadie más. De dejar de sentir, de ver, de oír, de soñar… 
Y despierto en mi cama incorporándome bruscamente, bañada en sudor. Sollozo e intento tranquilizarme, recordándome que solo ha sido un sueño. Pero no, no solo era un sueño. Era la realidad disfrazada de pesadilla, que se ha filtrado en mi mente y ha aprovechado su información para burlarse de mí. Me miro las manos, que temblorosas son incapaces de calmar mis nervios. No, él ya no está conmigo. No estaba soñando, era mi realidad que ha decidido torturarme, privarme de mi descanso, de mi tiempo sin lágrimas. Que ha decidido convertir en pesadillas lo que antes eran sueños reales, sencillos... Lo que antes eran sueños perfectos y felices con él.
Y no me queda más que volver a dormirme, dejar que pasen las horas y esperar a que la luz del día sea quien me proteja. Tiemblo pues, al pensar en que apenas quedan horas ya para que sea de nuevo de noche, para estar de nuevo sola con mis pensamientos, para estar a merced de mi cabeza y su maldita persistencia en destruirme por dentro. Y antes de caer en un sueño oscuro y voluble me doy cuenta de algo: en el olvido, como en el dolor y el amor, el peor enemigo es uno mismo.





lunes, 17 de septiembre de 2012

Capítulo 7

Cierra los ojos e inspira profundamente.
Odia discutir. Odia los gritos, los reproches, los errores… pero odia sobre todo que estén relacionados con él. Todas las parejas discuten-se dice-de hecho ellos apenas suelen hacerlo. Y es cierto, ella lo sabe, los dos lo saben. Rara vez discuten, siempre saben hablar las cosas, siempre saben estar de acuerdo. Se complementan realmente bien. Ambos conocen hasta el más pequeño de los secretos de su pareja, saben escucharse, saben comprenderse, saben abrazarse cuando el otro lo necesita… y sí, saben quererse. Como muy poca gente sabe hacerlo, como muy poca gente cree hacerlo, de una manera total e incondicional. Simplemente no pueden decirse ‘no’, desean por encima de todo hacer feliz al otro. Se sienten realmente atraídos, cual satélite hacia su planeta. Adoran estar juntos, tienen esa especial compenetración y complicidad que es realmente difícil de encontrar. Se desean, son amantes de las caricias interminables, de darse besos hasta dejarse sin aliento, de los abrazos que sustituyen palabras, que lo dicen todo…
E inmediatamente, aunque ella está molesta por una tontería, sabe que ya le ha perdonado. Sabe que en realidad su enfado ha durado dos segundos, nada más. Sabe lo que quiere hacer, sabe que no puede evitarlo, sabe que lo hará. Sabe que se va a tumbar a su lado, a decirle lo tonto que es y lo muchísimo que le quiere. Sabe que le besará y abrazará después, porque simplemente no puede evitarlo, porque es el lugar más seguro y protector que conoce. Y sabe que sonreirá, que será feliz en ese lugar, que habrá olvidado por completo el porqué de su enfado en el mismo momento en el que él separe sus labios y deje ver su sonrisa. Y sabe que querrá volver a besarle, porque no hay nada que ame más que esa sonrisa.
Abre los ojos, espira, se aproxima y se tumba a su lado.
-Cariño…
Él se gira y la mira. Sus ojos verdes examinan los marrones que tiene delante, tristes, con cierta brillantez. Se siente culpable, odia que esté mal, odia que sea por su culpa.
-Lo siento…-susurra muy cerca de su oído. Quiere ver esa sonrisa que tanto le encanta, que hizo que se enamorase de ella.
-Yo también lo siento, odio pelearme contigo, odio que estemos enfadados…
Y ambos sonríen, una vez más están de acuerdo. Qué extraño, piensan los dos a la vez con cierta ironía, y al ver sus parecidas muecas ambos vuelven a sonreír. Son tan parecidos… Y les encanta. Se besan. No un beso cualquiera, sino uno de esos que lo dicen todo, que parece decir te amo a gritos.
-Pronto haremos siete meses-susurra él después de besar su frente-los más felices de mi vida.
Ella sonríe y él besa su sonrisa. Se abrazan un poco más fuerte, quieren estar lo más cerca posible.
-¿Sabes? El siete es el número de la suerte-dice ella.
-¿Ah sí? Pues no lo sabía, la verdad…-responde él, intrigado.
-Pues sí, te lo decía a modo de ‘quizás este mes sea nuestro mes, el mejor de todos’. Pero rectifico, sé que va a ser tan especial como los 6 anteriores, y ¿sabes por qué lo sé? Porque la verdadera suerte la conocí aquel 18 de febrero, porque no hay mayor suerte que haberte encontrado.
Él sonríe, cómo no hacerlo. La ama, ama cada una de sus palabras, cada centímetro de su cuerpo, y sabe que todo eso es más que recíproco. Son felices, se aman, no pueden pedir nada más.


‘Nada de lágrimas dispares, cariño. Solo un tipo de lágrimas: De felicidad, de auténtica felicidad. Y como cada día, cada capítulo, cada mes… El mismo final, con el mismo significado y un poco más fuerte a cada segundo que pasa: Te amo.’