Odia discutir. Odia los gritos, los reproches, los errores…
pero odia sobre todo que estén relacionados con él. Todas las parejas discuten-se dice-de hecho ellos apenas suelen
hacerlo. Y es cierto, ella lo sabe, los dos lo saben. Rara vez discuten,
siempre saben hablar las cosas, siempre saben estar de acuerdo. Se complementan
realmente bien. Ambos conocen hasta el más pequeño de los secretos de su pareja,
saben escucharse, saben comprenderse, saben abrazarse cuando el otro lo
necesita… y sí, saben quererse. Como muy poca gente sabe hacerlo, como muy poca
gente cree hacerlo, de una manera total e incondicional. Simplemente no pueden
decirse ‘no’, desean por encima de todo hacer feliz al otro. Se sienten realmente
atraídos, cual satélite hacia su planeta. Adoran estar juntos, tienen esa
especial compenetración y complicidad que es realmente difícil de encontrar. Se
desean, son amantes de las caricias interminables, de darse besos hasta dejarse
sin aliento, de los abrazos que sustituyen palabras, que lo dicen todo…
E inmediatamente, aunque ella está molesta por una tontería,
sabe que ya le ha perdonado. Sabe que en realidad su enfado ha durado dos
segundos, nada más. Sabe lo que quiere hacer, sabe que no puede evitarlo, sabe
que lo hará. Sabe que se va a tumbar a su lado, a decirle lo tonto que es y lo
muchísimo que le quiere. Sabe que le besará y abrazará después, porque
simplemente no puede evitarlo, porque es el lugar más seguro y protector que
conoce. Y sabe que sonreirá, que será feliz en ese lugar, que habrá olvidado
por completo el porqué de su enfado en el mismo momento en el que él separe sus
labios y deje ver su sonrisa. Y sabe que querrá volver a besarle, porque no hay
nada que ame más que esa sonrisa.
Abre los ojos, espira, se aproxima y se tumba a su lado.
-Cariño…
Él se gira y la mira. Sus ojos verdes examinan los marrones
que tiene delante, tristes, con cierta brillantez. Se siente culpable, odia que
esté mal, odia que sea por su culpa.
-Lo siento…-susurra
muy cerca de su oído. Quiere ver esa sonrisa que tanto le encanta, que hizo que
se enamorase de ella.
-Yo también lo siento, odio pelearme contigo, odio que
estemos enfadados…
Y ambos sonríen, una vez más están de acuerdo. Qué extraño,
piensan los dos a la vez con cierta ironía, y al ver sus parecidas muecas ambos
vuelven a sonreír. Son tan parecidos… Y les encanta. Se besan. No un beso
cualquiera, sino uno de esos que lo dicen todo, que parece decir te amo a
gritos.
-Pronto haremos siete meses-susurra él después de besar su frente-los más felices de mi vida.
Ella sonríe y él besa su sonrisa. Se abrazan un poco más
fuerte, quieren estar lo más cerca posible.
-¿Sabes? El siete es el número de la suerte-dice ella.
-¿Ah sí? Pues no lo sabía, la verdad…-responde él, intrigado.
-Pues sí, te lo decía a modo de ‘quizás este mes sea nuestro
mes, el mejor de todos’. Pero rectifico, sé que va a ser tan especial como los
6 anteriores, y ¿sabes por qué lo sé? Porque la verdadera suerte la conocí
aquel 18 de febrero, porque no hay mayor suerte que haberte encontrado.
Él sonríe, cómo no hacerlo. La ama, ama cada una de sus
palabras, cada centímetro de su cuerpo, y sabe que todo eso es más que
recíproco. Son felices, se aman, no pueden pedir nada más.
‘Nada de lágrimas dispares,
cariño. Solo un tipo de lágrimas: De felicidad, de auténtica felicidad. Y como
cada día, cada capítulo, cada mes… El mismo final, con el mismo significado y
un poco más fuerte a cada segundo que pasa: Te amo.’
Tu hermana ha vuelto por estos mundillos.
ResponderEliminarEspero que sigáis tan felices muchos meses más porque te lo mereces más que nadie en el mundo.
¿Hace falta decir que te quiero?
Desde luego que no hace falta, se sobrentiende hermana. Y esperas bien, aunque sé de alguien que lo merece más: tú.
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