Una vez me preguntaron por lo que venía a mi cabeza al pensar en la
palabra ‘amor’. Pensé en cientos de sensaciones relacionadas con el sentido de
la vista. Pensé en unos ojos en los que verme reflejada, en una gran y
protectora espalda, en unos labios carnosos que desease besar... Pensé también
en el sentido del tacto. Unas manos suaves y hábiles, unas manos que supiesen provocar
en mi cientos de sensaciones. Pensé en vello erizándose, en caricias con la
yema de los dedos, en lenguas que investigan cuerpos. Pensé en sabores. En menta,
gel, sudor producto de la excitación, saliva dulce, saliva más amarga… Pensé en
sonidos. En gemidos, en ese tono suave que acompaña a una voz que susurra un ‘te
quiero’. En risas, en sollozos producto de lágrimas (que más tarde volvería a
convertir con todo mi empeño en risas). Y pensé en olores. Los más especiales
para mí, los que más dicen de cada situación. Pensé en muchos, en cientos de
olores quizás. En olor a champú, canela, fruta de la pasión, sexo, nata, fresa,
vainilla… Inundaban mis fosas nasales, mi pensamiento.
Creía que tenía todos los ingredientes claros. Conocía
sensaciones aisladas, sentidos por separado, imaginación en estado puro al fin
y al cabo… Pero no sabía nada en realidad, desconocía la práctica tras la
teoría. Y un día, un inesperado día, la luz me cegó. Y no solo afectó a mi
sentido de la vista, nubló por completo todos mis sentidos. Dejaron de trabajar
tan individualmente y pasaron a ser uno, y a la vez varios. Comenzaron a
interconectarse. Perdí el rumbo, la razón, la conexión, el orden. Comencé a
oler caricias, a oír sonrisas casi antes de que apareciesen, a ver palabras de
amor y a tocar el mayor sentimiento de todos.
Todas esas sensaciones unidas formaban una maravillosa macedonia.
Equilibrada, fascinante, una que era capaz de nublar mi mente, una que
conseguía que olvidase al mundo entero. Era adictiva. Blanca, de coco, de canto
de pájaros, de amanecer, de puesta de sol. Todas esas sensaciones ofrecían un
destino. Un limbo, un lugar celestial. Un lugar que, aunque solo se nos permite
rozar con la yema de los dedos, invita a luchar por residir en él. Me da miedo
decir su nombre, dicen que si dices lo que deseas ya no se cumple, y
aunque haya estado varias veces en ese lugar jamás dejaré de desear volver. No
sé expresar con palabras el camino que lleva a ese cielo, solo puedo decir cómo llegue yo,
solo puedo hablar de mi experiencia personal.
La última vez que yo llegué a ese cielo estaba en sus
brazos.
Perfecto.
ResponderEliminarPues nada hija que te den por guapa y por escribir tan jodidamente bien. (Pero te quiero eh).
ResponderEliminarMaravilloso Alba, tan maravilloso como tu :)
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