sábado, 29 de diciembre de 2012

Capítulo 10


Las puertas se cierran y el tren se pone en marcha. Comienza el quizás demasiado rápido viaje de vuelta a casa y finaliza el quizás demasiado corto fin de semana. Le miro a los ojos, los mismos ojos verdes que hace menos de una hora brillaban al pronunciar mi nombre. Me sonríe, le sonrío. Realmente me hace feliz, me ha hecho muy feliz estos tres días, pero siento esa sensación de vacío en mi interior. Esa sensación que precede a un cambio, al final de algo. Mi corazón late al compás de tal sensación, intentando calmarla, pero de pronto comienza a latir frenético a causa del roce de nuestros labios. Me besa con ternura, con un amargo regusto a despedida, y mi corazón aminora su marcha en pos de una melodía más triste. Mi pobre corazón, y el suyo… Tan vulnerables, tan conectados, tan sumamente dependientes el uno de otro...

Estamos tumbados en el sofá. Acurrucados, enroscados el uno en el otro, con el deseo de perder los propios límites de nuestro cuerpo y unirnos en uno solo. Mientras él me acaricia la espalda, yo deslizo las yemas de mis dedos por sus brazos y su pecho, y reflexiono sobre lo relajada que estoy en este momento. Él y yo, no necesito nada más en este instante. Sencillo, sin complicaciones, feliz… Tan feliz como pocas veces me he sentido.
Me giro sobre mí misma de forma que quedo justo encima de él, con sus labios muy cerca de los míos.
-Te amo-le susurro con la voz más dulce que poseo.
-Y yo a ti, mi vida-me contesta él, dejando escapar una sonrisa.
Le beso, me besa. Besamos nuestros labios, nuestra sonrisa de enamorados, nuestras mejillas, nuestros labios otra vez… Le doy el último suave pero claro beso en la mejilla, y desciendo un poco sobre su cuerpo para que mi cabeza quede a la altura de su pecho. Allí decido acampar, pasarme la vida entera si se me permite. Me siento tan cómoda ahí, tan feliz…
-¿Sabes mi vida? Este es uno de mis sitios preferidos del mundo-afirmo, con cierto tono infantil.
-¿Ah, sí? Y eso por qué, pequeña-me contesta él, siguiéndome el juego con un tono de voz similar.
-Pues porque me resulta cómodo, apacible… Es mi sitio favorito del mundo para relajarme. Además, tiene la música de fondo más bonita que existe-le contesto, casi en un susurro.
-¿Y qué música es esa?-me pregunta, dulce pero intrigado.
-El latido de tu corazón-respondo-adoro su sonido. Suena a paz, a tranquilidad, a hogar… Suena a que estoy donde debo estar.
Aunque no puedo verle el rostro, debido a nuestra posición, oigo con claridad el sonido de su sonrisa. Sonríe ampliamente, con ternura. Posa sus manos en mis caderas y me hace ascender suavemente hacia arriba hasta que estamos de nuevo nariz con nariz, labio con labio, sonrisa con sonrisa. No dice nada, porque en realidad no es necesario decir nada. Sonríe y me besa, sin pausa, sin un momento para respirar. Nos besamos con delicadeza, casi con adoración… pero pronto cambia el ritmo, y la atmósfera cambia y se carga repentinamente.
El ritmo de nuestros labios cambia, al igual que el de nuestros latidos. Hay deseo en el ambiente, deseo y felicidad, una mezcla perfecta pero explosiva. Y hay explosión, una explosión prevista. Hay descontrol de besos, besos en cada centímetro de piel, en cada poro, en cada parte del cuerpo, de la cara… Hay caricias, caricias que nadie más se ha dado nunca, porque son nuestras caricias. Caricias en la espalda, en la cintura, en el pecho, en la cara… Y también hay susurros, labios que susurran cientos de te amo. Me muerdo el labio, aprietas tu cuerpo contra el mío. Deseo que no haya espacio entre nosotros de nuevo, que no haya si quiera un milímetro que nos separe… Y me doy cuenta de que me equivocaba, de que mi sitio favorito en el mundo es éste, así. Amándonos.

Apenas quedan dos paradas para estar de vuelta. Para que haya más personas, más cosas, para que no seamos solo 'nosotros'. De pronto comprendo que no tengo porque sentir tal sensación, que no hay nada que temer. Entiendo que, aunque no vaya a ser fácil volver a encontrar un momento para los dos solos, nos quedan pequeños instantes en los que sí es así. Nos quedan los besos, cuando el mundo se para y estamos solos, él y yo. Nos quedan las palabras, portadoras de sentimientos, la prosa y la poesía unidas para expresar la cuantía del amor, del sentimiento. Nos quedan las caricias, el roce de nuestras manos y, por encima de todo ello, nos queda la conexión. Nuestros corazones conectados, unidos, latiendo como uno solo. Nos queda el hogar, y aquel sofá… Nos queda lo muchísimo que nos queremos, tal como ha sido desde el primer capítulo, y tal y como siempre será.


viernes, 7 de diciembre de 2012

'Conócete a ti mismo'



Sócrates sentía especial predilección por la frase “conócete a ti mismo”, pues creía que sólo podía llegarse al auténtico conocimiento a través del autoconocimiento. Y no le faltaba razón, pero esa frase no hace justicia a la dificultad del cumplimiento de la misma.
Conocerse a sí mismo es sumamente difícil, es algo que vas consiguiendo con el paso de los años. Es un procedimiento engañoso y escurridizo, pues en muchas ocasiones creerás haber llegado al final cuando en realidad vuelves a estar al principio del camino. Es perjudicial, pues nunca sabrás qué quieres o deseas realmente, siempre te dejarás llevar por lo moralmente correcto. Y es doloroso, pues por ese desconocimiento de ti mismo perderás cientos de oportunidades y cosas que realmente merecían la pena. Y todo esto no es más que un supuesto, el supuesto de que quieras conocerte, ya que no todo el mundo se para a pensar en quién es.
Nos asusta conocernos, reconozcámoslo. No queremos saber qué hay dentro de nuestras cabezas, sabemos que hay cientos de cosas que no controlamos. Hay deseos reprochables, inconfesables. Hay recuerdos terroríficos, recuerdos que explican el por qué de cómo somos, de cómo actuamos, de lo que buscamos en la vida inconscientemente. Hay, en definitiva, esencia. Nuestra esencia, la esencia de lo prohibido.
Es complicado saber si nos parecemos a lo que realmente somos o deseamos ser. Nadie es como en su razón está escrito (por suerte o por desgracia), y es por eso que en muchas ocasiones nos preguntamos si somos felices sin saber finalmente la respuesta. Y, como siempre digo, es muy difícil hablar de algo sin recurrir a la experiencia, por tanto hablaré desde mi razón, desde mi esencia.
A lo largo de la vida se van tomando diferentes caminos, normalmente con lo que crees en ese momento que te va a hacer feliz. Hay caminos mejores y caminos peores, como todo en esta vida. Caminos tortuosos, pedregosos, angostos, llenos de errores, rencor y resentimiento, y hay caminos anchos, llenos de rosas blancas con muy pocas espinas, largos pero fáciles de recorrer. Cada vez que terminas uno (o que lo abandonas a la mitad) hay algo en tu esencia que cambia. Muta, se adapta a la nueva situación en la que te encuentras. Puede alejarse o no de su razón verdadera, pero cambia inevitablemente. Y así va sucediendo repetidas veces, una tras otra, aprendiendo o no de los caminos que vas superando… hasta que llega uno. Uno que sí te cambia, uno que tú notas que te ha cambiado. Te preguntas entonces si te acercas a tu esencia, si eres esa persona realmente, pero aún te cuesta llegar a la conclusión que deseas obtener.
Finalmente hallas la respuesta casi sin quererlo, casi sin haberte parado a buscarla entre los pétalos blancos. Y lo afirmas, lo afirmas porque estás sonriendo, porque no tienes ninguna duda. Porque huele a coco y a lavanda, y todo tu horizonte está lleno de rosas, de rosas especiales, de rosas blancas.
Sin detenerte, sin alterar tu ritmo, sonríes mientras afirmas “vuelvo a ser yo misma”, y continúas tu camino.