Las puertas se cierran y el tren se pone en marcha. Comienza
el quizás demasiado rápido viaje de vuelta a casa y finaliza el quizás
demasiado corto fin de semana. Le miro a los ojos, los mismos ojos verdes que
hace menos de una hora brillaban al pronunciar mi nombre. Me sonríe, le sonrío.
Realmente me hace feliz, me ha hecho muy feliz estos tres días, pero siento esa
sensación de vacío en mi interior. Esa sensación que precede a un cambio, al
final de algo. Mi corazón late al compás de tal sensación, intentando calmarla,
pero de pronto comienza a latir frenético a causa del roce de nuestros labios. Me
besa con ternura, con un amargo regusto a despedida, y mi corazón aminora su
marcha en pos de una melodía más triste. Mi pobre corazón, y el suyo… Tan
vulnerables, tan conectados, tan sumamente dependientes el uno de otro...
Estamos tumbados en el sofá. Acurrucados, enroscados el uno
en el otro, con el deseo de perder los propios límites de nuestro cuerpo y
unirnos en uno solo. Mientras él me acaricia la espalda, yo deslizo las yemas
de mis dedos por sus brazos y su pecho, y reflexiono sobre lo relajada que
estoy en este momento. Él y yo, no necesito nada más en este instante.
Sencillo, sin complicaciones, feliz… Tan feliz como pocas veces me he sentido.
Me giro sobre mí misma de forma que quedo justo encima de
él, con sus labios muy cerca de los míos.
-Te amo-le susurro con la voz más dulce que poseo.
-Y yo a ti, mi vida-me contesta él, dejando escapar una
sonrisa.
Le beso, me besa. Besamos nuestros labios, nuestra sonrisa
de enamorados, nuestras mejillas, nuestros labios otra vez… Le doy el último
suave pero claro beso en la mejilla, y desciendo un poco sobre su cuerpo para
que mi cabeza quede a la altura de su pecho. Allí decido acampar, pasarme la
vida entera si se me permite. Me siento tan cómoda ahí, tan feliz…
-¿Sabes mi vida? Este es uno de mis sitios preferidos del
mundo-afirmo, con cierto tono infantil.
-¿Ah, sí? Y eso por qué, pequeña-me contesta él, siguiéndome
el juego con un tono de voz similar.
-Pues porque me resulta cómodo, apacible… Es mi sitio
favorito del mundo para relajarme. Además, tiene la música de fondo más bonita
que existe-le contesto, casi en un susurro.
-¿Y qué música es esa?-me pregunta, dulce pero intrigado.
-El latido de tu corazón-respondo-adoro su sonido. Suena a
paz, a tranquilidad, a hogar… Suena a que estoy donde debo estar.
Aunque no puedo verle el rostro, debido a nuestra posición,
oigo con claridad el sonido de su sonrisa. Sonríe ampliamente, con ternura.
Posa sus manos en mis caderas y me hace ascender suavemente hacia arriba hasta
que estamos de nuevo nariz con nariz, labio con labio, sonrisa con sonrisa. No
dice nada, porque en realidad no es necesario decir nada. Sonríe y me besa, sin
pausa, sin un momento para respirar. Nos besamos con delicadeza, casi con
adoración… pero pronto cambia el ritmo, y la atmósfera cambia y se carga
repentinamente.
El ritmo de nuestros labios cambia, al igual que el de
nuestros latidos. Hay deseo en el ambiente, deseo y felicidad, una mezcla
perfecta pero explosiva. Y hay explosión, una explosión prevista. Hay
descontrol de besos, besos en cada centímetro de piel, en cada poro, en cada
parte del cuerpo, de la cara… Hay caricias, caricias que nadie más se ha dado
nunca, porque son nuestras caricias. Caricias en la espalda, en la cintura, en
el pecho, en la cara… Y también hay susurros, labios que susurran cientos de te
amo. Me muerdo el labio, aprietas tu cuerpo contra el mío. Deseo que no haya
espacio entre nosotros de nuevo, que no haya si quiera un milímetro que nos
separe… Y me doy cuenta de que me equivocaba, de que mi sitio favorito en el
mundo es éste, así. Amándonos.
Apenas quedan dos paradas para estar de vuelta. Para que haya más personas, más cosas, para que no seamos solo 'nosotros'. De pronto
comprendo que no tengo porque sentir tal sensación, que no hay nada que temer.
Entiendo que, aunque no vaya a ser fácil volver a encontrar un momento para los
dos solos, nos quedan pequeños instantes en los que sí es así. Nos quedan los
besos, cuando el mundo se para y estamos solos, él y yo. Nos
quedan las palabras, portadoras de sentimientos, la prosa y la poesía unidas
para expresar la cuantía del amor, del sentimiento. Nos quedan las caricias, el
roce de nuestras manos y, por encima de todo ello, nos queda la conexión. Nuestros
corazones conectados, unidos, latiendo como uno solo. Nos queda el hogar, y
aquel sofá… Nos queda lo muchísimo que nos queremos, tal como ha sido desde el
primer capítulo, y tal y como siempre será.