Sócrates sentía especial predilección por la frase “conócete
a ti mismo”, pues creía que sólo podía llegarse al auténtico conocimiento a
través del autoconocimiento. Y no le faltaba razón, pero esa frase no hace
justicia a la dificultad del cumplimiento de la misma.
Conocerse a sí mismo es sumamente difícil, es algo que vas
consiguiendo con el paso de los años. Es un procedimiento engañoso y
escurridizo, pues en muchas ocasiones creerás haber llegado al final cuando en
realidad vuelves a estar al principio del camino. Es perjudicial, pues nunca
sabrás qué quieres o deseas realmente, siempre te dejarás llevar por lo
moralmente correcto. Y es doloroso, pues por ese desconocimiento de ti mismo
perderás cientos de oportunidades y cosas que realmente merecían la pena. Y
todo esto no es más que un supuesto, el supuesto de que quieras conocerte, ya
que no todo el mundo se para a pensar en quién es.
Nos asusta conocernos, reconozcámoslo. No queremos saber qué
hay dentro de nuestras cabezas, sabemos que hay cientos de cosas que no
controlamos. Hay deseos reprochables, inconfesables. Hay recuerdos
terroríficos, recuerdos que explican el por qué de cómo somos, de cómo
actuamos, de lo que buscamos en la vida inconscientemente. Hay, en definitiva,
esencia. Nuestra esencia, la esencia de lo prohibido.
Es complicado
saber si nos parecemos a lo que realmente somos o deseamos ser. Nadie es como en su razón está escrito (por suerte o por desgracia), y es por eso que en
muchas ocasiones nos preguntamos si somos felices sin saber finalmente la
respuesta. Y, como siempre digo, es muy difícil hablar de algo sin recurrir a
la experiencia, por tanto hablaré desde mi razón, desde mi esencia.
A lo largo de
la vida se van tomando diferentes caminos, normalmente con lo que crees en ese
momento que te va a hacer feliz. Hay caminos mejores y caminos peores, como
todo en esta vida. Caminos tortuosos, pedregosos, angostos, llenos de errores,
rencor y resentimiento, y hay caminos anchos, llenos de rosas blancas con muy
pocas espinas, largos pero fáciles de recorrer. Cada vez que terminas uno (o
que lo abandonas a la mitad) hay algo en tu esencia que cambia. Muta, se adapta
a la nueva situación en la que te encuentras. Puede alejarse o no de su razón
verdadera, pero cambia inevitablemente. Y así va sucediendo repetidas veces,
una tras otra, aprendiendo o no de los caminos que vas superando… hasta que
llega uno. Uno que sí te cambia, uno que tú notas que te ha cambiado. Te
preguntas entonces si te acercas a tu esencia, si eres esa persona realmente,
pero aún te cuesta llegar a la conclusión que deseas obtener.
Finalmente hallas
la respuesta casi sin quererlo, casi sin haberte parado a buscarla entre los pétalos
blancos. Y lo afirmas, lo afirmas porque estás sonriendo, porque no tienes ninguna
duda. Porque huele a coco y a lavanda, y todo tu horizonte está lleno de rosas,
de rosas especiales, de rosas blancas.
Sin detenerte,
sin alterar tu ritmo, sonríes mientras afirmas “vuelvo a ser yo misma”, y
continúas tu camino.
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