Últimamente los días pasan lento. Los segundos parecen
minutos, los minutos horas, las horas semanas que no acaban nunca… En mi cabeza
se prepara una tormenta, una que está a punto de descargar toda su furia y
crueldad. Una que haré frente sin casa, sin lugar donde refugiarme, sin
paraguas, sin siquiera un abrigo… una tormenta a la que haré frente desnuda, y
con una única y segura compañía.
La tormenta ya tiene fecha, ya tiene hora de inicio y hora
de finalización. No es una tormenta inesperada, sino prevista y predecible,
pero aún así inevitable. Por ahora me enfrento poco a poco a la lluvia que la
precede. Lucho cada uno de esos segundos contra ella, sin ninguna ayuda, sin
ninguna garantía de poder llegar a contemplar la belleza y furia de los rayos. Aún
así sigo avanzando, nada podrá detenerme. Aunque la lluvia empape mi cuerpo,
aunque el frío consuma mis huesos, aunque el viento me dificulte continuar… yo
lo hago, y lo haré. Sin aminorar el paso, sin detenerme, sin descanso, sin
dudar. La tormenta lo merece.
Cuando llegue, los rayos serán jugárselo todo a una carta.
Serán nervios, decisiones, un enfrentamiento cuerpo a cuerpo y un profundo
desafío para mi más fiel compañera. Será duro, será difícil, será doloroso…
pero será rápido, tanto que no parecerá nada comparado a la lluvia que he
tenido que enfrentar.
Vendrán entonces las recompensas, o las decepciones. Vendrá
la alegría o la tristeza, las lágrimas de quién sabe qué tipo, los abrazos con
diferentes propósitos, el orgullo o la decepción… vendrá el futuro, vestido con
un traje aún desconocido.
Queda mucho tiempo aún, o quizás poco. Queda seguir luchando
contra la lluvia y el viento, contra viento y marea, contra cualquier ola que
pretenda echarme abajo. Queda seguir adelante contra esa barrera que me separa
del futuro, esa barrera que parezco ser yo misma.
Vendrá el fúturo vestido de médico. Vendran alegrías por saber que ha valido la pena, vendran las recompensas, y sobretodo, vendrá el orgullo de tu hermana.
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