domingo, 23 de noviembre de 2014

"De otro. Será de otro, como antes de mis besos."

Tumbado mientras la ya intensa luz del mediodía entra por la ventana, me despierto en mi cama y tardo unos segundos en acomodar la vista. Al hacerlo, la veo a ella. Duerme tranquila, dándome la espalda, y no puedo evitar fijarme en las curvas de su cuerpo: desde la curvatura que hacen su cuello y su hombro hasta la perfecta curva desde su cintura hasta su cadera. La abrazo sin pensarlo, besando su cuello y apretándola fuertemente contra mi pecho, como si no quisiera que se marchara nunca. Y en realidad sé que es así, aunque me cueste admitirlo. Mi abrazo la despierta. Me da los buenos días, seguidos de un leve quejido que lo único que provoca en mí es que esboce una sonrisa. Entre risas, la llamo perezosa y le hago cosquillas, a lo que ella responde retorciéndose, pidiéndome que pare (aunque sé perfectamente que no quiere) y acariciándome la espalda, siendo esto algo que está muy lejos de ser una venganza.
Mientras desayunamos, no puedo evitar pensar en la simplicidad y perfección de este momento y de, en realidad, todos los momentos que pasamos juntos. De pronto, una punzada que identifico como miedo atraviesa mi pecho. Me doy cuenta de que no puedo perderla, de que necesito tenerla a mi lado cueste lo que cueste. Ella, como si estuviese escuchando mi duelo interno, levanta la vista de su tostada y me sonríe. Definitivamente, no puedo perderla.


Han pasado meses, demasiados meses. La veo por la calle, con ese pelo castaño y esas curvas que siempre me encantaron. La veo feliz, caminando prácticamente entre saltos. Aunque estamos a muy poca distancia creo que ella no me ve, así que decido no acercarme y simplemente contemplarla desde lejos. Sonríe y charla animadamente, haciendo gestos exagerados sobre lo que parece ser un viaje en avión. No puedo evitar alegrarme por ella y por su felicidad, es todo lo que siempre quise.
De pronto, noto que mi rostro se ensombrece. Alguien que no conozco llega y la besa. Siento que una punzada atraviesa mi pecho, pero lo que una vez identifiqué como miedo se presenta en esta ocasión como dolor. No puedo creerlo. Recuerdo entonces todos los momentos vividos. Recuerdo que ella solía besarme de esa misma forma, que solía reírse así de mis bromas, que me daba la mano al igual que lo hace con él (aunque a mí no me gustara). Pienso en si también a él te acariciará la espalda como lo hacía conmigo, si le querrá como me quería a mí, si le llamará como me llamaba a mí…
Una última punzada atraviesa mi pecho. No me cuesta identificar su origen, le conozco muy bien. Me arrepiento. La he perdido, y ahora me doy cuenta de que lo he hecho para siempre. Sé que puedo vivir sin ella, sé que incluso puedo llegar a ser feliz sin ella, pero también sé que jamás llegaré a serlo tanto como cuando la tenía a mi lado. Sé que es culpa mía, sé que tomé la decisión equivocada. Sé que no supe reaccionar a tiempo, que las dudas nublaron mi juicio.
Sé que tengo que alegrarme por ella. Sé que se merece ser feliz, cumplir sus sueños, vivir en el extranjero como siempre quiso, y sé que hará todas esas cosas con él… pero también sé que hubiese sido mucho más feliz haciéndolas conmigo.

Me alejo de aquel lugar, intentando no mirar atrás aunque sabiendo que nunca olvidaré esto. Recordando y sabiendo lo que podría haber sido, pero que ya jamás será.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Inception

El fuego recorre mi cuerpo. Siento cómo arde dentro de mí, cómo se escapa por cada uno de mis poros y al mismo tiempo entra en ellos, viajando por cada una de mis terminaciones nerviosas, iluminándolo todo… Siento caricias, incluso puedo verlas. Puedo ver dos fuertes y grandes manos recorriendo mis muslos, mi vientre, mi cuello y todo mi ser.  Siento besos, húmedos y llenos de pasión. Besos de necesidad, de desgastar los labios, de posesión y de entrega. Besos que también recorren mi cuerpo, que avivan ese fuego interno y que a la vez lo apaga: besos que me hacen enloquecer. Siento fuerza dentro de mí, desvaneciéndose y apareciendo de nuevo. Siento que soy capaz de todo y de nada, de volar y de no poder caminar... Siento vulnerabilidad, y siento felicidad.
De pronto, siento frío. Siento cómo el fuego se convierte en ceniza dentro de mí, cómo tiñe mi organismo de dolor y del más azabache de los negros. Siento una fuerte presión en el pecho, un agujero en el estómago, una fuerte necesidad de agarrarme para no desvanecer... pero no encuentro ningún lugar al que agarrarme. Siento soledad. Las manos han desaparecido, el fuego ya no arde, y no sé dónde estoy. Me siento humillada, engañada y desconfiada, pero ante todo perdida. Todo es oscuridad hasta donde la vista alcanza, no hay ni una sola luz en el horizonte.
Sin embargo, en el justo momento en el que me doy por vencida, una luz a lo lejos se acerca cada vez más a mí. Antes de darme cuenta, esa luz lo ha inundado todo. Siento calor de nuevo, aunque distinto del calor de aquellas manos. Siento esperanza, ilusión por lo nuevo. Siento incluso cierta sensación de paz, de alivio por haberme podido deshacer de esa oscuridad… Y entonces, al intentar mirar mis manos, me doy cuenta.
Despierto sobresaltada en mi cama, respirando bruscamente y mirando con detenimiento mi habitación. Sí, todo está como lo recuerdo. El mismo tono de las paredes, la misma corchera llena de recuerdos, la misma puerta de madera, las mismas sábanas lilas… Suspiro entonces, aliviada porque todo haya terminado. Vuelvo a acostarme, girándome sobre mi costado izquierdo…  y lo veo. Está dormido. Su respiración es fuerte y profunda. Sonrío, me siento feliz.

Intento mirar mis manos... no puedo verlas. Siento frío de nuevo.

martes, 9 de septiembre de 2014

Recursión

Lágrimas, desdén por la vida. Una vida que pasa sin apenas momentos felices: sin sonrisas, sin abrazos, sin buenas noticias. Una vida sumida en la tristeza, en la traición, en la desesperanza, en el dolor, en la rutina…

Me asusta lo mucho que me he habituado al dolor. Me asusta darme cuenta de que no me inmuto ante las malas noticias, ante los reveses de la vida, ante las mentiras… todo me parece monstruosamente repetitivo y familiar. Me asusta darme cuenta de que me he acostumbrado a no ser feliz, a no querer a nadie porque todo el mundo me hará daño, a no sonreír demasiado porque después de cada sonrisa vienen lágrimas que la compensan… en definitiva, me he acostumbrado a que la vida se comporte de forma injusta conmigo.
Me gustaría concluir esto con algo feliz, con una promesa de cambio o alguna frase esperanzadora, pero eso no va a ocurrir. La vida es triste en este momento, y voy a dejar de fingir de una vez que es de otra forma. Tengo derecho a estar mal porque todo me ha salido mal, porque ni una sola cosa de las que me hacían feliz hace un año está ahora mismo en mi vida… porque  ella me lo ha arrebatado todo, absolutamente todo. No solo me ha arrebatado las alas, sino también las ganas de volar.
Algún día volveré a hacerlo. Volaré lejos de aquí, lejos de amores inconexos y de personas que abandonan injustamente mi vida. Volaré lejos de los que no merecen la pena y me sentiré atraída por los que me hacen bien. Volaré a algún país que me comprenda y seré feliz de alguna forma, aunque no será la convencional. Volaré, volaré… pero jamás podré volar lejos del dolor, ni de los recuerdos. Tendré que aprender a ser más fuerte que ellos. Más fuerte que esta mierda de vida, que las injusticias y las malas personas. Algo que con el paso del tiempo aprenderé… pero que, desde luego, por ahora no he aprendido.

lunes, 28 de julio de 2014

Canción desesperada

"Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. 
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. 
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. 
La noche está estrellada y ella no está conmigo."
                                                                         Pablo Neruda, poema 20
                                                                         20 poemas de amor y una canción desesperada.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche, y las palabras, y los susurros… Susurros que mecen, que acompañan, que no dan la vida pero sin embargo hieren. Susurros que rasgan el alma, que la rompen en mil pedazos, que juegan con ella y la maltratan. Susurros procedentes de la mente, del pensamiento, de la más cruda y oscura realidad. Que son ineludibles, inevitables, con un claro acabose.
Sonrisas finitas, palabras con fecha de caducidad, labios que se cansan de besar, manos que se cansan de acariciar, mentiras que no se cansan de dañar… y que desembocan en el final, y en el principio al mismo tiempo. En lágrimas de aprendizaje, en sonrisas que no son capaces de traspasar lo fingido, en palabras alentadoras y nuevas experiencias.
Podría escribir los versos más tristes y oscuros esta noche, pero me conformo con mi prosa barata, con las lágrimas que caen sobre el lienzo que es este papel, que es mi vida... Me conformo con el dolor, con el odio que ruge dentro de mis entrañas y que, por desgracia, es lo único que se me antoja real y seguro ahora mismo.

miércoles, 23 de julio de 2014

Happ... What else?

Hace tiempo que no soy feliz. Hace que no sé ser, ni estar, ni sentir. Hace tiempo que la vida se ha dedicado a robarme justo esto: mi vida, la vida de las personas a las que quiero y que jamás podré recuperar. Hace tiempo que me cuesta sonreír, que lo hago por obligación, que me cuesta sentir emoción por cualquier tipo de cosa. Hace tiempo que no soy yo misma.
En días oscuros como el de hoy, en los que me adentro en la escritura en busca de consuelo, me pregunto si todo lo que me sucede es de alguna forma culpa mía. Siento que, en algún momento de mi vida, he cometido errores que sigo pagando y que de alguna forma seguiré pagando para siempre. De cualquier forma, sea o no culpa mía, confieso que no puedo más. Estoy cansada. Cansada de luchar contra mis lágrimas, contra mis pensamientos y mi dolor. Estoy cansada de fingir que estoy bien. No lo estoy. No puedo más.
Siento que esto no tiene fin. Siento que jamás acabará, que en el momento en el que soy mínimamente feliz hay algo que trata de arrebatármelo. ¿Sabes qué? Arrebátamelo. Estoy cansada de seguirte el juego Vida, de que me hagas creer que hay algún tipo de esperanza para mí. Sé que no la hay. He fallado en todo lo que quiero, he fallado a todos los que quiero, y ahora mismo no creo que nada valga la pena.
Supongo que ahora soy una cobarde, pero también estoy cansada de suponer que soy cientos de cosas. Ya no voy a ser más la fuerte. Ya no voy a ser la que tire de nadie, ni la que sufra por nadie. Ahora sólo quiero ser la que llora, la que se duerme entre lágrimas tratando de que nadie sepa que existen.


Ahora solo quiero rendirme. Al menos, por ahora.

viernes, 20 de junio de 2014

Siempre conmigo

Siempre es difícil encontrar a quién admirar. Desde pequeños, todos buscamos un referente. Alguien que nos guíe, que marque las pautas de lo que está bien y lo que está mal. Personalmente, y supongo que en mi profundo egocentrismo, he creído que jamás he necesitado uno, que he sabido qué es lo correcto desde que tengo memoria… pero nada más lejos de la realidad.
He de confesar que temo a la vida, es tan corta... tanto que incluso a veces me ahoga. Cuando era pequeña, le decía a mi madre que jamás quería ser mayor, que quería ser pequeña para siempre… y es porque tenía y siempre tendré miedo. Tengo miedo al dolor, a las pérdidas, al ver hoy la brillantez de unos ojos y mañana no poder contemplarlos. Tengo miedo a perder a todos a los que quiero, a no ser digna de ellos, incluso a que una vez que se vayan lo hagan sin saber cuánto los quiero…
Desde que te fuiste no he parado de pensar en ti. No puedo decir que hayamos tenido la relación más cercana del mundo, pero siempre has sido muy importante para mí. Eres mi modelo de lucha ante las adversidades, de vivir y luchar por los tuyos aunque no tengas armas con las que hacerlo, de amabilidad, de entrega al resto…
Esto es seguramente lo último que te escribo, pero no es ni de lejos la última vez que pensaré en ti. Estarás siempre a mi lado en los momentos de lucha, de debilidad y de inseguridad. Estarás porque te lo has ganado, al igual que el cielo o lo que sea que te haya recibido tras esta tremenda injusticia. Y, de igual forma, espero que desde ese lugar estés orgullosa de mí, porque desde hace algún tiempo me he prometido dar todo por cuidar de las personas, en cuerpo y alma… tal y como hubiese deseado hacer contigo.


Siempre contigo, siempre conmigo.

domingo, 11 de mayo de 2014

Flightless bird

El pequeño pollito se ha caído de la rama. Sus plumas se han teñido de gris y sus alas son incapaces de moverse. Ya no puede volar, no podrá volver a hacerlo en un tiempo. Sin embargo, eso no le importa. El pollito solo puede pensar en la rama, en lo feliz que era allí arriba con la brisa batiendo sus alas. Solo puede pensar en las vistas… en las verdes y siempre brillantes vistas.
Había olvidado por completo la sensación de vacío. Esa sensación que recorre todo tu cuerpo como un escalofrío lento y doloroso, como un recordatorio de que hay algo que falta dentro de él. Mi cuerpo manifiesta ese vacío entre lágrimas, entre suspiros que terminan transformándose en lágrimas y entre recuerdos que, irremediablemente, caen por mis mejillas y se estrellan contra la almohada. Mi cuerpo se siente débil, le falta su pieza fundamental: le falta esa chispa que recorre cada músculo de mi cuerpo cuando veo esa sonrisa.
El tiempo es la pieza más subjetiva que forma parte del puzzle de la vida. Pasa de forma muy diferente para cada persona, para cada momento, y ahora mismo el tiempo parece eterno. Se avecinan días pasados por agua. Días de concentrarme en mi misma, en las cosas que son realmente importantes para mí y mi futuro… aunque, ahora mismo, este último se me antoje demasiado lejano.
El pollito esperará refugiándose en el hueco de algún árbol. Esperará a que pare la lluvia, a que salga el sol, a que sus plumas vuelvan a ponerse blancas y a que sus alas vuelvan a batirse. Esperará hasta que pueda volar y continuar su camino, esperará hasta que pueda seguir adelante… y esperará volver a encontrar la rama de la que cayó, la rama que le vio volar y ser realmente feliz por primera vez.


martes, 18 de febrero de 2014

Metamorfosis (a tu lado)

Al contrario de lo que muchos opinan, yo creo que el amor da libertad. ¿Qué tipo de libertad? Ese tipo de libertad que te proporciona la felicidad, la suerte de compartir tus secretos y aficiones con otra persona, la fortuna de tener a alguien en tu vida que te apoye incondicionalmente… sin embargo, confieso que no siempre he creído esto.
No hace mucho tiempo, yo era una pequeña larva sin eclosionar. No creía en la felicidad, ni en la suerte, ni en la libertad. Mi meta, si puede llamarse así, no era otra que buscar alguien con quien compartir mi vida. Alguien que estuviese presente cuando me convirtiese en mariposa, alguien que me diese la mano pero que no necesariamente me apoyase… en resumen, alguien que estuviese aunque no lo mereciese. Así pasé un largo tiempo, haciendo daño a otros y a mí misma, creyendo encontrar lo que necesitaba cuando realmente estaba absolutamente perdida… y, un día, decidí que aquello debía terminar.
El día que cambió mi vida me pareció en su momento terriblemente duro (al igual que los meses que le sucedieron) pero, sin embargo, al volver la vista atrás lo recuerdo con orgullo. Aquel día comencé a pensar en mis auténticos deseos, decidí dejar de hacerme daño y dejar de hacer daño a aquellos que me querían… no obstante, no fue el día en el que me convertí en mariposa.
Al igual que las mariposas, mi florecimiento y maduración necesitó un largo periodo de tiempo. En esa etapa, aprendí muchas cosas sobre mi misma, pero sobre todo aprendí a ser feliz. Y no lo negaré, hubo una persona que tuvo mucho que ver en esa metamorfosis. Esa persona aun forma parte de mi vida, y fue quien lo cambió todo al aparecer en ella. Esa persona, a pesar de lo que el resto opinaba y de lo que yo misma creía, cambió mi mundo y me ayudó a ser yo misma, la persona que siempre había sido y que me negaba a dejar florecer. Esa persona me ayudó a romper la crisálida, a desplegar por primera vez mis alas y volar, a aprender a amar de una manera sana… me enseñó la felicidad, y todo mi mundo quedó deslumbrado ante tal belleza.
He de admitir que no hubo una fecha determinada en la que yo rompí mi crisálida. Fue un proceso lento en el que hubo momentos de dudas, de sufrimiento y confusión, pero fue un proceso de enriquecimiento personal, y sobre todo un proceso en el que esa persona estuvo siempre a mi lado. Ahora que soy la mariposa que siempre desee ser puedo afirmar que el amor te da la libertad y no te la arrebata como muchos piensan, y puedo afirmar también que, además de la libertad, encontrar a la persona adecuada te brinda una calurosa y deslumbrante sensación de felicidad.

Ahora me dirigiré a ti directamente, a ti que me ayudaste a superar y sobrepasar mis límites, a ti que me recordaste la persona que era y deseaba ser, a ti que me apoyaste en los momentos más duros, a ti que me enseñaste a amar como jamás pensé que pudiese hacerlo, a ti que me enseñaste a volar…
Mi vida, ha habido momentos maravillosos durante estos dos años de relación, sin embargo no tengo intención de mencionarlos. El porqué de mi decisión es que son nuestros, simple y llanamente. Nuestras bromas, nuestras costumbres, nuestro día a día, nuestros apodos cariñosos… todo eso nos pertenece sólo a nosotros, y así es como deseo que siga siendo. Con todo esto, quiero que entiendas lo muchísimo que has influido en mi vida, lo mucho que me has ayudado a crecer como persona y, sobre todo, deseo que entiendas lo feliz que me haces… y lo afortunada que me siento por tenerte a mi lado.
Hoy es sólo un día más, un maravilloso día más que tenemos la suerte de compartir. Sin embargo, es a la vez un día especial, un día que conmemora el paso más difícil y a la vez mejor tomado de mi vida. Gracias por haber dado ese paso conmigo y por seguir caminando de mi mano. Gracias por tu sonrisa, por tu calidez y tus ojos verdes. Gracias por tus rosas blancas, mis favoritas, y por saber siempre cuando necesito que me abraces. Gracias por todo eso y por mucho más.

Te quiero Darío, gracias por hacerme inmensamente feliz.