domingo, 11 de mayo de 2014

Flightless bird

El pequeño pollito se ha caído de la rama. Sus plumas se han teñido de gris y sus alas son incapaces de moverse. Ya no puede volar, no podrá volver a hacerlo en un tiempo. Sin embargo, eso no le importa. El pollito solo puede pensar en la rama, en lo feliz que era allí arriba con la brisa batiendo sus alas. Solo puede pensar en las vistas… en las verdes y siempre brillantes vistas.
Había olvidado por completo la sensación de vacío. Esa sensación que recorre todo tu cuerpo como un escalofrío lento y doloroso, como un recordatorio de que hay algo que falta dentro de él. Mi cuerpo manifiesta ese vacío entre lágrimas, entre suspiros que terminan transformándose en lágrimas y entre recuerdos que, irremediablemente, caen por mis mejillas y se estrellan contra la almohada. Mi cuerpo se siente débil, le falta su pieza fundamental: le falta esa chispa que recorre cada músculo de mi cuerpo cuando veo esa sonrisa.
El tiempo es la pieza más subjetiva que forma parte del puzzle de la vida. Pasa de forma muy diferente para cada persona, para cada momento, y ahora mismo el tiempo parece eterno. Se avecinan días pasados por agua. Días de concentrarme en mi misma, en las cosas que son realmente importantes para mí y mi futuro… aunque, ahora mismo, este último se me antoje demasiado lejano.
El pollito esperará refugiándose en el hueco de algún árbol. Esperará a que pare la lluvia, a que salga el sol, a que sus plumas vuelvan a ponerse blancas y a que sus alas vuelvan a batirse. Esperará hasta que pueda volar y continuar su camino, esperará hasta que pueda seguir adelante… y esperará volver a encontrar la rama de la que cayó, la rama que le vio volar y ser realmente feliz por primera vez.