Siempre es difícil encontrar a quién admirar. Desde
pequeños, todos buscamos un referente. Alguien que nos guíe, que marque las
pautas de lo que está bien y lo que está mal. Personalmente, y supongo que en
mi profundo egocentrismo, he creído que jamás he necesitado uno, que he sabido
qué es lo correcto desde que tengo memoria… pero nada más lejos de la realidad.
He de confesar que temo a la vida, es tan corta... tanto que incluso
a veces me ahoga. Cuando era pequeña, le decía a mi madre que jamás quería ser
mayor, que quería ser pequeña para siempre… y es porque tenía y siempre tendré
miedo. Tengo miedo al dolor, a las pérdidas, al ver hoy la brillantez de unos
ojos y mañana no poder contemplarlos. Tengo miedo a perder a todos a los que
quiero, a no ser digna de ellos, incluso a que una vez que se vayan lo hagan
sin saber cuánto los quiero…
Desde que te fuiste no he parado de pensar en ti. No puedo
decir que hayamos tenido la relación más cercana del mundo, pero siempre has
sido muy importante para mí. Eres mi modelo de lucha ante las adversidades, de
vivir y luchar por los tuyos aunque no tengas armas con las que hacerlo, de
amabilidad, de entrega al resto…
Esto es seguramente lo último que te escribo, pero no es ni
de lejos la última vez que pensaré en ti. Estarás siempre a mi lado en los
momentos de lucha, de debilidad y de inseguridad. Estarás porque te lo has
ganado, al igual que el cielo o lo que sea que te haya recibido tras esta
tremenda injusticia. Y, de igual forma, espero que desde ese lugar estés
orgullosa de mí, porque desde hace algún tiempo me he prometido dar todo por
cuidar de las personas, en cuerpo y alma… tal y como hubiese deseado hacer
contigo.
Siempre contigo, siempre conmigo.