jueves, 18 de septiembre de 2014

Inception

El fuego recorre mi cuerpo. Siento cómo arde dentro de mí, cómo se escapa por cada uno de mis poros y al mismo tiempo entra en ellos, viajando por cada una de mis terminaciones nerviosas, iluminándolo todo… Siento caricias, incluso puedo verlas. Puedo ver dos fuertes y grandes manos recorriendo mis muslos, mi vientre, mi cuello y todo mi ser.  Siento besos, húmedos y llenos de pasión. Besos de necesidad, de desgastar los labios, de posesión y de entrega. Besos que también recorren mi cuerpo, que avivan ese fuego interno y que a la vez lo apaga: besos que me hacen enloquecer. Siento fuerza dentro de mí, desvaneciéndose y apareciendo de nuevo. Siento que soy capaz de todo y de nada, de volar y de no poder caminar... Siento vulnerabilidad, y siento felicidad.
De pronto, siento frío. Siento cómo el fuego se convierte en ceniza dentro de mí, cómo tiñe mi organismo de dolor y del más azabache de los negros. Siento una fuerte presión en el pecho, un agujero en el estómago, una fuerte necesidad de agarrarme para no desvanecer... pero no encuentro ningún lugar al que agarrarme. Siento soledad. Las manos han desaparecido, el fuego ya no arde, y no sé dónde estoy. Me siento humillada, engañada y desconfiada, pero ante todo perdida. Todo es oscuridad hasta donde la vista alcanza, no hay ni una sola luz en el horizonte.
Sin embargo, en el justo momento en el que me doy por vencida, una luz a lo lejos se acerca cada vez más a mí. Antes de darme cuenta, esa luz lo ha inundado todo. Siento calor de nuevo, aunque distinto del calor de aquellas manos. Siento esperanza, ilusión por lo nuevo. Siento incluso cierta sensación de paz, de alivio por haberme podido deshacer de esa oscuridad… Y entonces, al intentar mirar mis manos, me doy cuenta.
Despierto sobresaltada en mi cama, respirando bruscamente y mirando con detenimiento mi habitación. Sí, todo está como lo recuerdo. El mismo tono de las paredes, la misma corchera llena de recuerdos, la misma puerta de madera, las mismas sábanas lilas… Suspiro entonces, aliviada porque todo haya terminado. Vuelvo a acostarme, girándome sobre mi costado izquierdo…  y lo veo. Está dormido. Su respiración es fuerte y profunda. Sonrío, me siento feliz.

Intento mirar mis manos... no puedo verlas. Siento frío de nuevo.

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