Tumbado mientras la ya intensa luz del mediodía entra por la
ventana, me despierto en mi cama y tardo unos segundos en acomodar la vista. Al
hacerlo, la veo a ella. Duerme tranquila, dándome la espalda, y no puedo evitar
fijarme en las curvas de su cuerpo: desde la curvatura que hacen su cuello y su
hombro hasta la perfecta curva desde su cintura hasta su cadera. La abrazo sin
pensarlo, besando su cuello y apretándola fuertemente contra mi pecho, como si
no quisiera que se marchara nunca. Y en realidad sé que es así, aunque me
cueste admitirlo. Mi abrazo la despierta. Me da los buenos días, seguidos de un
leve quejido que lo único que provoca en mí es que esboce una sonrisa. Entre
risas, la llamo perezosa y le hago cosquillas, a lo que ella responde
retorciéndose, pidiéndome que pare (aunque sé perfectamente que no quiere) y acariciándome
la espalda, siendo esto algo que está muy lejos de ser una venganza.
Mientras desayunamos, no puedo evitar pensar en la
simplicidad y perfección de este momento y de, en realidad, todos los momentos
que pasamos juntos. De pronto, una punzada que identifico como miedo atraviesa
mi pecho. Me doy cuenta de que no puedo perderla, de que necesito tenerla a mi
lado cueste lo que cueste. Ella, como si estuviese escuchando mi duelo interno,
levanta la vista de su tostada y me sonríe. Definitivamente, no puedo perderla.
Han pasado meses, demasiados meses. La veo por la calle, con
ese pelo castaño y esas curvas que siempre me encantaron. La veo feliz,
caminando prácticamente entre saltos. Aunque estamos a muy poca distancia creo
que ella no me ve, así que decido no acercarme y simplemente contemplarla desde
lejos. Sonríe y charla animadamente, haciendo gestos exagerados sobre lo que
parece ser un viaje en avión. No puedo evitar alegrarme por ella y por su
felicidad, es todo lo que siempre quise.
De pronto, noto que mi rostro se ensombrece. Alguien que no
conozco llega y la besa. Siento que una punzada atraviesa mi pecho, pero lo que
una vez identifiqué como miedo se presenta en esta ocasión como dolor. No puedo
creerlo. Recuerdo entonces todos los momentos vividos. Recuerdo que ella solía
besarme de esa misma forma, que solía reírse así de mis bromas, que me daba la
mano al igual que lo hace con él (aunque a mí no me gustara). Pienso en si
también a él te acariciará la espalda como lo hacía conmigo, si le querrá como me
quería a mí, si le llamará como me llamaba a mí…
Una última punzada atraviesa mi pecho. No me cuesta
identificar su origen, le conozco muy bien. Me arrepiento. La he perdido, y ahora
me doy cuenta de que lo he hecho para siempre. Sé que puedo vivir sin ella, sé
que incluso puedo llegar a ser feliz sin ella, pero también sé que jamás
llegaré a serlo tanto como cuando la tenía a mi lado. Sé que es culpa mía, sé
que tomé la decisión equivocada. Sé que no supe reaccionar a tiempo, que las
dudas nublaron mi juicio.
Sé que tengo que alegrarme por ella. Sé que se merece ser
feliz, cumplir sus sueños, vivir en el extranjero como siempre quiso, y sé que
hará todas esas cosas con él… pero también sé que hubiese sido mucho más feliz
haciéndolas conmigo.
Me alejo de aquel lugar, intentando no mirar atrás aunque sabiendo
que nunca olvidaré esto. Recordando y sabiendo lo que podría haber sido, pero
que ya jamás será.