Como el primer relámpago de una
tormenta. Como el primer destello de luz del alba. Tomar decisiones repentinas,
arriesgadas, manchadas de indecisión. Dar pasos a ciegas y ver caminos sin
luces. Pensar, reflexionar, sentir, presentir. Saber que puedes estar
equivocado y estrellarte como el primer relámpago. Saber que puedes perderte en
esa tormenta, perderte entre la lluvia y el viento. Perderte entre mentiras,
entre dolor, entre recuerdos. Perderte en el miedo, en la cuerda que no te
permite avanzar. Perderte en el rencor, en la lucha contra el rencor, y
permitir que te gane. Perderte en el amor, en lo roto, en el hilo deshilachado,
en la sonrisa desdibujada. Perderte para siempre.
O no perderte. Saber que puedes
estar en lo cierto. Saber que tomas la decisión correcta y lanzarte sin
paracaídas por el horizonte anaranjado que el amanecer te regala. Saber que
aunque no veas, das los pasos correctos. Sin perderte. Sin perder la sonrisa,
la esperanza. Sin perder el miedo a no tener miedo, pero perdiendo de pista al
amor roto y al ovillo de recuerdos. Saber que deben permanecer en el pasado
mientras tú te lanzas al futuro. Y lanzarte. Y hacerlo sin miedo. Sin
arrepentimiento.
Y llegar al final, o al
principio. Ser el destello del alba o la sombra de la luna. Ser lo que tengas
que ser, pero sabiendo que eres libre. Que no tienes equipaje. Que no necesitas
mirar atrás porque sabes que no hay nada que recuperar. Comprender que lo
llevas todo porque solo llevas una cosa: a ti mismo. Y enfrentarte así,
llevándote de la mano. Luchando por ti y por alzarte de nuevo. Por escalar y no
por arrojarte. Por elevarte hasta lo más alto. Por ser el sol, o las estrellas,
o la tormenta perfecta. Ser lo que deseas.
Ser feliz.