Una historia puede hablar de muchas cosas. Puede narrar la
vida de uno o varios personajes, puede hablar simplemente de sucesos, incluso
puede ser mera descripción… Pero hay algo que toda historia que se
precie posee: una situación inicial, un nudo y un desenlace. Estos tres
componentes pueden distribuirse de maneras muy diferentes e incluso pueden
confundirse, esconderse y excepcionalmente desaparecer…
Esta historia tiene una situación inicial y un nudo
confundibles. Ambos se han entremezclado de tal forma que casi parece imposible
poderles distinguir, por lo que llamemos a este bucle de acciones ‘relación’.
Pues bien, esta relación no comenzó de la mejor forma posible, comenzó con un
problema que ha sido arrastrado durante todo el nudo, durante toda la relación…
Éste problema es la ignorancia. No la de los protagonistas, por supuesto. Me
refiero a la ignorancia de los personajes secundarios, de los antagonistas, e
incluso de los pasantes que no conocen apenas a los protagonistas. Con
ignorancia me refiero al
desconocimiento de cómo son los personajes realmente tanto solos como juntos,
pero sobre todo me refiero a que nadie llega a imaginar (o quizás creer)
cuantísimo se quieren. No tienen ni idea de que cada uno de ellos se desvive
por hacer feliz al otro. No saben que serían capaces de compartirlo todo, de
dar lo que fuese por la otra persona… Y aún así, aun sin saberlo, hacen daño.
Nadie quiere entenderles, parece ser algo que no agrada, que no se entiende,
que quiere separarse, destruirse para que nunca jamás pueda volver a juntarse.
Pero hay una cosa muy importante, algo que los protagonistas poseen y el resto
de personajes desconocen: están juntos, son fuertes y eso les hace capaces de
superar todas las adversidades. Pero centrémonos en los protagonistas, no le
demos a otros la importancia que no merecen.
Nuestros protagonistas han aprendido mucho a lo largo de
estos capítulos. Se han conocido en profundidad, sobre todo. Lo han aprendido
todo sobre la vida del otro, los momentos más felices y los más oscuros. Han
aprendido a perdonarse, a tener paciencia. A saber cuando la otra persona
necesita un abrazo sin que tenga que pedirlo, a decir lo que realmente uno
piensa, a no guardarse nada… Han aprendido a apoyarse en los peores momentos y
en las decisiones importantes. Se han acostumbrado a echarse de menos, a
quererse besar constantemente, a desearse a menos de un centímetro de
distancia. Han aprendido que es posible que no sean las dos mitades de una
naranja, pero que jamás encontrarán a alguien que pueda entenderles tan bien
como el otro. Han aprendido a amarse tal y como son, con todos los defectos,
con todas las imperfecciones, enamorándose así de todos y cada uno de los
lunares del otro. Y lo más importante, lo que todo el mundo quiere, a lo que todo
el mundo aspira: Han aprendido a ser felices juntos. Con los días de plena
felicidad, con los de dudas y celos. Con los días de necesitarse
desesperadamente y los días de querer estar solo. Con los de comerse a besos, los
de desearse como dos locos. Y son felices, felices como pocos. Felices pese a
los problemas, pese a los personajes secundarios, felices pese a todas y cada
una de las adversidades. Al final de éste capítulo, del número seis, los
protagonistas se han prometido una cosa. Si han de separarse será por decisión
de uno o de ambos, pero no piensan dejar que nadie se interponga en su camino.
La historia continúa, aun no ha llegado a su desenlace. Éste
se desconoce, no hay prisa por conocerle. Aun quedan muchas cosas por vivir,
las mejores sin duda. ¿Es seguro que puedan vivirlas? Por supuesto que no, nada
es seguro en la vida. La pregunta es, ¿qué lo impide? Ellos se aman, desean
estar juntos, son felices caminando de la mano por la vida. Todo se verá en el
siguiente capítulo, nada está asegurado. Lo que sí puedo aseguraros es que yo
conozco muy bien a uno de los personajes principales, a la protagonista, a la
enamorada de esta historia. Sé cuánto le quiere, sé lo enamorada que está de
él. Sé lo muchísimo que adora su sonrisa, lo mucho que le encanta su forma de
ser y cuánto echa de menos sus labios cuando no están rozando su piel. Por eso
mismo, porque la conozco tan bien, estoy totalmente convencida de una cosa. Se
escribirá un capítulo más, un número 7, y al final de él habrá las mismas dos
palabras que jamás faltan en cada capítulo, las mismas que siempre le susurra
al oído: Te amo.
