lunes, 28 de enero de 2013

Capítulo 11



Los mismos ojos, los mismos labios. Las mismas caricias, las mismas voces, las mismas palabras. Un contenido uniforme, un mensaje que no varía, una misma sonrisa. Mismos lugares, situaciones parecidas, las dos mismas personas de siempre. En otras palabras, la monotonía de la felicidad, que no tiene nada en absoluto de monótona.
Despertarse cada día de la misma forma, y de distinta manera a la vez. Tener la misma necesidad de ver a esa persona, de hacer lo mismo de siempre para sentirte tan bien como siempre. Dejar que avance el día, feliz si estás con ella, un poco menos feliz ni no has podido verla. Acostarte cada noche con el mismo último pensamiento, con las mismas últimas palabras, con el mismo último deseo en tu mente. Nada cambia día a día, todo se mantiene constante, y eso es algo tan sano y feliz…
La felicidad que te proporciona la calidez de esa persona. Alguien que mantiene a ralla todo lo malo, que te protege de ello, que consigue evadirte del mundo si ese es tu deseo. Alguien que, en definitiva, consigue hacerte vivir en un día a día de felicidad, de comodidad, y de amor… un amor que es especial. Especial y diferente a todo lo primero, y al resto del mundo. Un amor al que sí le está permitido cambiar,  que aumenta, que día a día se hace más grande. Un amor al que le faltan palabras para ser descrito, para ser expresado, para ser comprendido. Un amor que solamente puede verse a través de esos ojos, sentirse en esos labios y esas caricias, oírse en esas palabras susurradas por esas mismas voces, expresarse en esas situaciones y vivirse en esa felicidad que, aunque repetitiva y comprensible solo por los que la viven, es la mayor felicidad que existe.