Te cuesta encapricharte con alguien, qué bien se está solo.
No rindes cuentas a nadie, no pueden reprocharte nada, puedes romper todos los
corazones que quieras… ‘No estoy atado’ es tu respuesta para todo, jamás te
prometí amor ni cariño. Sabes lo que quieres, lo buscas y siempre lo
encuentras. Y entre rollo y rollo, entre cubata y bajada de pantalones, entre
beso y despedida la encuentras a ella. No te resulta especial a primera vista.
Otra más, te dices. Otra con la que jugar, a la que mentir y más tarde dejar. Y
te sorprendes, ella no es como el resto, tiene un atractivo extra. Te comprende,
no necesitas explicarle nada. Te encanta escucharla, te encanta el tono de su
voz. Te encanta hacerla reír y verla sonreír cuando dices alguna palabra
bonita. Te sorprendes planteándote algo más, ella no es un juego, quieres
hacerla sentir como ella te hace sentir a ti. Te sorprende aún más que ella
acepte, que sonría y te bese la mejilla mientras dice ‘claro que quiero’. Cómo
puede ser tan perfecta y no verlo, piensas. Te enamoras. Te resistes a la idea,
pero finalmente lo haces. A partir de ahí tu felicidad depende de la suya y
dejas de ser tú para ser nosotros. Pasáis noches de pasión, tardes interminables
llenas de caricias, despertares de peleas y comidas de reconciliación. Hay
cosas malas pero no importa, lo bueno compensa de lejos lo malo. Te planteas
locuras, te planteas pasarte la vida entera a su lado. Una noche le susurras un
siempre seguido de un te amo, y te das cuenta de que nada volverá a ser igual.
Has cambiado, lo quieres todo con ella y crees que es posible que ese todo ocurra.
El amor es capaz de cambiarlo, de superar todas las adversidades. Y eso no es
lo más especial, claro que no. Lo más especial es que ella se siente
exactamente igual que tú. Que te susurraría una y mil veces un para siempre,
que por otro lado sabe que seguramente no se cumplirá. Pero no importa, somos
jóvenes, no es momento de pensar. Es momento de vivir, de dejarse llevar. Es
hora de ser feliz. Es hora de soñar.
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